¡Sed sobrios y estad en guardia! (1 Pe. 5,8a)

     En los evangelios del primer domingo de adviento de los tres ciclos litúrgicos ("A": Mt 24, 37-44;   "B": Mc 13,33-37;   "C": Lc 21,25-28.34-36) se nos invita a una actitud de vigilancia, cuidado, atención, sobriedad, prevención, términos todos que están incluidos en la palabra griega "nepsis". Nos parece un modo de tener esta actitud, refleccionar sobre ella misma. Que la gracia del Señor nos ilumine y fortalezca.

La Nepsis (I)

      Si observamos con atención nuestro obrar, si logramos penetrar en las motivaciones profundas del mismo, veremos que en la mayor parte de los casos, no en todos por supuesto, está motivado por deseos que buscan la satisfacción de nuestros sentidos, sean éstos del cuerpo o del alma, un obrar dirigido hacia la distención; en una palabra, del "yo superficial", un yo exterior, ilusorio, sin sustancia ni fundamento, un yo que es en el fondo una maraña de deseos que buscan su propia satisfacción, un entretejido de anhelos cambiantes, efímeros y caducos, un cúmulo de movimientos vanos, un yo que en el fondo es "nada".

      De este modo nuestra voluntad, arrastrada por este amasijo de deseos se ve en cierto modo como esclavizada, no busca su propio objeto, el Bien Supremo, sino que busca el bien particular de cada una de las distintas potencias que tiene el hombre, las distintas facultades de nuestro cuerpo y alma que reclaman su atención de un modo egoísta, es decir atendiendo a ellas mismas solamente, sin atender al bien general del cuerpo como un todo, del hombre total.

      Debido a esta especie de esclavitud a la que se ve sometida nuestra voluntad, muchas veces en nuestra vida no "actuamos" según las decisiones que creeríamos son las que nos conviene en cada situación sino que "reaccionamos", como cuando lo hacemos con las acciones más instintivas. Así como cuando nuestra mano toca algo caliente, instintivamente se separa del objeto, casi del mismo modo, instintivamente, deseamos en el ámbito laboral, familiar, social todo aquello que los cánones de la moda señalan. Creemos elegir libremente, cuando en realidad reaccionamos a estímulos sensoriales, sociales, prejuicios, ideologías; somos arrastrados por una serie de circunstancias, compromisos y obligaciones sin que seamos los verdaderos protagonistas de nuestras vidas.

      Esta vida desde lo exterior y superficial va generando un vacío angustiante, vacío que se pretende suprimir, ocultar, ahogar, y se lo hace de un modo infructuoso, con mayor y más frenética actividad, que lo único que hace es intensificar el círculo vicioso de superficialidad-automatismo-vacío-superficialidad.

      El hombre vive en una especie de automatismo, donde sus decisiones están de tal modo marcadas por diversos condicionamientos e influencias de su propio cuerpo, su propia mente y el contexto social que la inmensa mayoría no es consciente de su falta de libertad, y es precisamente esta falta de conciencia el alimento y el ambiente que mantiene esa vida autómata. De allí la importancia de las palabras del apóstol que titulan esta reflexión, ¡Sed sobrios y estad en guardia!
Es este el primer paso para no caer en el automatismo, en la esclavitud del yo exterior, yo ilusiorio y superficial, yo vacío e inconsistente, vanidad de vanidades.
Es la práctica de la Nepsis de los monjes del desierto, la "guarda del corazón", la "acción consciente", atenta a lo que se quiere y no una simple respuesta automatizada ante los estímulos que nos rodean.

 

      Para ilustrar con la claridad de los entendidos, podemos pedirle prestadas las palabras a Thomas Merton y decir que: la vida del hombre exterior (el que no lleva vidad interior) es una vida llevada por el automatismo, por unos pensamientos y acciones inconscientes, por una conformidad mecánica a los modelos y prejuicios que nos rodean, o si no, por una mecánica y compulsiva rebelión contra ellos. Ya que la rebelión contra la conformidad exterior no es lo que constituye una vida interior. Al contrario, normalmente es otra forma de compulsión y, de hecho, no es más que otro aspecto de la misma compulsión. Es una especie de conformidad negativa.
Los que viven a este nivel "automático" no se dan cuenta en absoluto hasta qué punto su vida está alienada y carece de espontaneidad. Sus hábitos, sus mecánicas rutinas han adquirido el poder de satisfacerles con una especie de pseudoespontaneidad, una especie de falsa naturalidad. Lo que es falso y falto de espontaneidad se ha convertido para ellos en algo completamente natural. Por eso aquello que ellos creen que es pensar con claridad no es más que un pensar lleno de confusión. Aquello que ellos creen hacer gustosos, no es más que una ansiada evasión. Aquello que ellos creen que es libertad, no es más que compulsión. No es que moralmente no sean responsables de sus actos. Claro que lo son, están cuerdos y son "libres", sin embargo, si se observa su vida desde el punto de vista del hombre interior y espiritual, carecen de cordura y libertad hasta un extremo asombroso.

      Convenimos entonces que el primer punto es "darse cuenta" de esta situación de una cuasi-enajenación de nuestra voluntad, para así comenzar el camino de regreso a "casa". No es imprescindible pero frecuentemente puede ser que aquello que nos "despierta" es una situación dolorosa. Una situación en la que probemos la insustancialidad del mundo. La vanidad de vanidades en las que muchas veces nos revolcamos. Como le sucedió al hijo pródigo de la parábola de Lc 15. Así como este hijo, una vez que se encontró en la pobreza y soledad, "se despertó", se dio cuenta que en la casa de su Padre no tenía "hambre", mientras que cuando se fue de ella terminó cuidando cerdos en un país lejano, solo, deseando comer lo que comían los cerdos, muchas veces nosotros al probar la amargura del fango en que estamos revolcados, caemos en la cuenta de que "somos hijos del Padre", y merecemos algo duradero que nos sacie de verdad y para siempre. Cada uno puede pensar cuál es el "chiquero", en que se halla metido. Y así también nosotros tenemos que decir como el hijo pródigo "volveré a la casa de mi Padre".

      Una vez nos "despertamos" comienza la lucha. Los apetitos no renunciarán fácilmente a ser los protagonistas de nuestras vidas. No dejarán de querer monopolizar nuestra atención. No dejarán de reclamar que nuestra voluntad sea su esclava, su sirviente. Pero si "estamos atentos", nos percataremos de esta persistente y agobiante solicitud, y podremos "decidir" con libertad no ceder a sus requerimientos. Podremos poner nuestra voluntad en el uso ordenado de todos los bienes creados, un uso en el cual todo sirva para elevarnos a Dios, un uso donde todo sea manifestación de la bondad de Dios, un uso que acepta lo creado, no lo rechaza, pero tiene siempre puesta la voluntad en Dios. Así Dios es el deseo de la voluntad.



      San Juan de la Cruz, en la Subida del Monte Carmelo comenta a este respecto como la voluntad debe no estar "en" los apetitos: "Y así, al propósito habla David (Sal. 87, 16), diciendo: Pauper sum ego, et in laboribus a iuventute mea; que quiere decir: Yo soy pobre y en trabajos desde mi juventud. Llámase pobre, aunque está claro que era rico, porque no tenía en la riqueza su voluntad, y así era tanto como ser pobre realmente, mas antes, si fuera realmente pobre y de la voluntad no lo fuera, no era verdaderamente pobre, pues el ánima estaba rica y llena en el apetito." ......"Y por eso llamamos esta desnudez noche para el alma, porque no tratamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas, sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. Porque no ocupan al alma las cosas de este mundo ni la dañan, pues no entra en ellas, sino la voluntad y apetito de ellas que moran en ella. "

      Una forma de practicar esta "Nepsis", esta guarda del corazón, nos la enseña el mismo Jesús, cuando es tentado en el desierto por Satanás

     Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"». Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.





      Este "método" si así podríamos denominarlo fue luego desarrollado por Evagrio Póntico, es la antirrhesis. Esto podrá ser tratado en un futuro post, simplemente mencionar ahora que consiste en repetir en actitud orante afirmaciones de la Sagrada Escritura para contrarrestar, para ir en contra, de afirmaciones erróneas que nos vienen a nuestro corazón, así como Jesús respondía a las insinuaciones del demonio con textos de la Sagrada Escritura.

      Dejamos aquí asentado entonces, para continuar en otro momento, la importancia de estar despiertos, de estar vigilantes, de estar preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas..., la importancia de ser ...como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.

       No dejemos que el ladrón perfore nuestra casa, no dejemos que entre en el corazón, permanezcamos velando para abrirle al Señor cuando llegue, sólo a Él...   Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, ... Estén prevenidos y oren incesantemente,... (Cfr. Lc 24)

La Cruz




Evangelio según San Lucas 14,25-33.

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:
"Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?
No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:
'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'.
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?
Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.
De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.



Leer el comentario del Evangelio por Juan Taulero (c. 1300-1361), dominico en Estrasburgo
Sermón 21, 4º para la Ascensión

"El que no lleva su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo"
Puesto que nuestra Cabeza subió a los cielos, conviene que sus miembros (Col. 2,19) sigan a su Maestro, pasando por el mismo camino que Él escogió. Porque "¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?" (Lc 24,26). Debemos seguir a nuestro Maestro, tan digno de amor, Él, que llevó el estandarte de la cruz delante de nosotros. Que cada hombre tome su cruz y le siga; y llegaremos allí dónde él está. ¡Aunque vemos que muchos siguen los caminos de este mundo para obtener honores irrisorios, y para esto renuncian a la comodidad física, a su hogar, a sus amigos, exponiéndose a los peligros de la guerra - todo esto para adquirir bienes exteriores! Resulta lógico y plenamente justo que nosotros hagamos una renuncia total para adquirir el bien puro que es Dios, y que de este modo sigamos a nuestro Maestro...


No es raro encontrar hombres que desean ser testigos del Señor en la paz, es decir, que todo resulte según sus deseos. De buena gana quieren llegar a ser santos, pero sin cansancio, sin aburrimiento, sin dificultad, sin que les cueste nada. Desean conocer a Dios, gustarlo, sentirlo, pero sin que haya amargura. Entonces, ocurre que en cuanto hay que trabajar, en cuanto aparece la amargura, las tinieblas y las tentaciones, en cuanto no sienten a Dios y se sienten abandonados interna y externamente, sus bellas resoluciones se desvanecen. Estos no son verdaderos testigos, testigos como los que necesita el Salvador... ¡Ojalá podamos librarnos de este tipo de búsqueda que carece de trabajos, amarguras y tinieblas y encontremos la paz en todo tiempo, incluso en la desgracia! Es ahí solamente donde nace la verdadera paz, la que permanece.
 
Extraido del sitio web: Evangelio del día

Sobre el sufrimiento II

 

Queridos hnos. así como en la anterior reflexión culminaba con palabras de Job, en este caso quería no sólo comenzar con ellas, sino compartir algo de lo meditado en el libro bíblico que lleva su nombre. Por eso antes de decir algo, recordemos los dos primeros capítulos del libro de Job: pulsar aquí
En lo que quería detenerme es en una de las luces que se puede arrojar sobre un tema tan oscuro como es el del dolor, el sufrimiento humano. Y para ello podemos centrarnos en las palabras que en estos dos capítulos citados, pronuncia Satán.
Sí, cada vez que aparecen sus palabras en un texto bíblico presto mucha atención, creo que se puede aprender mucho de él.
Sí, aprender, ya que cada vez que habla, afirma o recomienda algo, no hay más que seguir todo lo contrario, no hay más que ir en contra de sus consejos para caminar por la senda del bien, como padre de la mentira que es.
En el caso presente, Satán, con las palabras “¡No por nada teme Job al Señor!” y la argumentación siguiente a ellas, afirma que Job, y en el fondo el hombre en general, no ama a Dios desinteresadamente. Éste es el desafío que plantea en su apuesta contra Dios y contra el hombre. Éste es incapaz de amar incondicionalmente a Dios, tal como Dios lo ama él.
Satán afirma que el hombre tiene una relación de tipo comercial con Dios, el hombre recibe ciertos bienes de Dios, entonces sigue sus enseñanzas y mandamientos, pero en cuanto se tuercen sus caminos, la maldición a Dios saldrá de sus labios dirigida al cielo.
Esto es lo que piensa Satán de Job, del hombre, y de algún modo es su esperanza, y con esta esperanza tienta a Job con el permiso de Dios para tratar de hacerlo caer, porque de hecho, que el hombre responda maldiciendo, es una posibilidad, es la posibilidad que le aconseja a Job su misma esposa.
Pero Job responde sin embargo con un amor incondicionado; sí, en medio de toda la calamidad que ha pasado con sus bienes y sus hijos, de todo el dolor que le causa una terrible enfermedad y de todo el sufrimiento que le ocasiona la incomprensión de su esposa, él practica un santo abandono, una aceptación tranquila y serena de lo que le ocurre, no deja ahora en el sufrimiento, de alabar a su Dios, continúa en esa alabanza en el dolor, así como antes lo hacía en plena dicha, no deja de unirse a Él a través, repito, de un Santo Abandono:
 
“Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allí.
El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:
¡bendito sea el nombre del Señor!”.
 
El ha puesto su felicidad en Dios, ya puede torcerse su vida en todas sus dimensiones, que él no torcerá su mirada fija en Dios. Ha perdido todo, pero sólo Dios, le basta; sí, más de dos mil años antes de que Santa Teresa de Jesús, escribiera el bello poema Nada te turbe, Job lo vivió al pie de la letra…
¿Y nosotros? ¿Amamos a Dios desinteresadamente o por sus dones? He aquí uno de los sentidos que puede tener el sufrimiento humano, un sentido pedagógico. Pedagógico porque su presencia nos sincera en nuestra relación con Dios, nos pone en evidencia ante nosotros mismos sobre si estábamos siguiendo a Dios por Él o por sus dones.
Y pedagógico también porque nos revela nuestra nada, nuestra nada es ocasión para ser humildes y la humildad posibilita con la gracia de Dios, conformar nuestra vida con su voluntad.
Creo que si queremos ser perfectos y felices, si queremos vivir inundados de paz y sin angustias, si queremos desbordar de energía interior y de luz en los ojos, si queremos vivir imperturbables ante las dificultades y valientes ante los padecimientos, si queremos vivir amando a amigos y enemigos, si queremos vivir dando vida a los que nos rodean y socorriendo al necesitado, si queremos trabajar honradamente y realizarnos en ese trabajo cualquiera sea, si queremos… si queremos en suma, ser y sentirnos plenos, sosegar nuestro corazón y que deje de estar, como decía San Agustín, “inquieto”, entonces, amemos a Dios incondicionalmente, hagamos, como también decía San Agustín que nuestro corazón descanse en Dios, en resumen, practiquemos el Santo Abandono.
Es más, lo primero que tendríamos que querer de todo lo que dije en el párrafo anterior es justamente lo último, amar a Dios incondicionalmente, por Él mismo y sin interés propio, porque si queremos todo lo otro en primer lugar y por sí mismo, no lo tendremos, si queremos todo lo otro en primer lugar y por sí mismo no estaremos amando a Dios desinteresadamente sino “para” tener todos esos bienes enumerados, y le estaremos dando la razón a Satán, pero sobre todo, queriendo tener todo eso y más, no tendremos nada porque fuera de Dios “todo es nada”.
Entonces, si queremos primero “todo eso” tendremos “nada de eso” pero si no queremos “nada de eso”, sino sólo a Dios, en Dios tendremos “todo eso”.
Sí hermanos, Dios es Todo, el resto de todo es nada. Esto no significa despreciar todo lo que no sea Dios, sino reconocer a Dios en todo lo bueno, reconocer en Él la Fuente y alabarlo por ello. Amemos a Dios en primer lugar, y a nosotros mismos y a los demás hombres y mujeres “con” el amor que Dios nos da, amemos todo “en” Dios y “por” Dios, desinteresadamente.
Éste es el secreto de la felicidad, éste es el secreto de la vida, éste es el fin para el cual fuimos creados, la meta a la que estamos llamados, y la práctica que nos realiza, perfecciona y plenifica como seres humanos.
Es empezar limitadamente a realizar aquí y ahora, en este lugar y en este tiempo, lo que haremos plenamente en la vida eterna fuera de todo lugar y todo tiempo. Amar…, amar como ama Dios, desinteresadamente, incondicionalmente.

Sobre el sufrimiento





Queridos hermanos, quería comentarles algo sobre el sufrimiento, lo que he meditado sobre él en los períodos en que se me hizo compañero de viaje.
 
He tratado de ver en qué consiste, cuál es su característica esencial y me pareció ver que el sufrimiento no es sentir angustia, dolor, ansiedad, tristeza, tedio de la vida, desgana, pereza de vivir. No, todo eso puede surgir por diversas circunstancias de nuestra vida social, por diversos acontecimientos, por nuestra misma constitución orgánica y nuestra propia psicología, puede surgir por causas conocidas o desconocidas, voluntarias o involuntarias, causas algunas que tienen solución y otras que no, o que la tienen muy difícil.
Creo que podemos “padecer” todas esas cosas y sin embargo no sufrir. Porque creo que el sufrimiento es otra cosa. Creo que el sufrimiento lo generamos nosotros, fuera existe el dolor, el padecer, pero el sufrir está en nosotros, el origen del sufrimiento es una “disconformidad“.
 
Es resistir lo real, rebelarse contra lo que acontece una vez acontecido, es rechazar lo que está y desear ardientemente lo que no está.
 
Es un producto de nuestros deseos, cuando le damos preeminecia sobre lo real, cuando ellos no se “conforman“, no se adaptan con lo real.
 
El sufrimiento es una atención a un deseo insatisfecho, por eso la raíz del sufrimiento está en el deseo, pero tiene además un componente cognitivo, perceptual, dirigir nuestra atención a lo que no es, poner nuestros ojos en lo que hubiéramos querido pero no es, dar nacimiento a una ilusión.
 
Si el sufrimiento es una disconformidad, la paz está en la conformidad, “conformarse” a lo real, a lo que acontece, a lo que tenemos.
 
Esto no implica no buscar aquellas buenas cosas que legítimamente podemos desear, no trabajar por nuestro progreso en las distintas dimensiones de nuestra vida, no luchar por la justicia, caer en un fatalismo resignado, en una perezosa pasividad.
 
Por el contrario, significa poner de nuestra parte todo nuestro empeño en busca de lo mejor, tanto empeño como si todo dependiera de nosotros y nada más que nosotros, pero esperar y aceptar el resultado como si todo dependiera de Dios. Esta actitud es la que nos traerá la paz.
 
Lograr esta conformación con lo real, lograr no resistir lo que es y no ansiar vehementemente lo que no es, creo que sólo ocurrirá si ponemos nuestro deseo en lo único que nos sacia completamente y en lo único que tenemos con absoluta certeza, Dios, el Dios que nos ama incondicionalmente.
 
Toda criatura, entendiendo por ello toda cosa, persona o circunstancia, no nos sacia por completo, y en cualquier momento podemos carecer de ella. Dios es la única realidad que nos sacia completamente, nuestro corazón, por Él creado ha sido por él diseñado para descansar en Él, “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti” decía San Agustín.
 
Dios es además, lo único que tenemos siempre, Dios nos está amando permanentemente, incluso cuando pecamos él nos sigue amando, Él no puede no amar.
 
No se trata de querer lograr una aceptación resignada, fría, dura y voluntarista de lo que sucede, de lo que es, no se trata de una actitud estoica, sino de saber por la Fe, o sea creer, que lo que sucede, lo que es, aunque sea doloroso, es el “lugar” y el “momento” donde puedo unirme con Dios, es la ventana a través de la cual me conecto con el Eterno, es la única oportunidad que tengo de conformar mi voluntad con la de Dios, el llamado por algunos “sacramento” del momento presente.
 
Practicar la aceptación amorosa de lo real (repito, una vez que hayamos hecho todo lo que podamos para que suceda lo que honestamente creemos es lo mejor para nosotros y lo que nos rodea), decía que practicar esta aceptación es un acto tremendamente liberador.
 
Lo que nos esclaviza no es sujetarnos a lo que es, sino al contrario apegarnos a nuestros deseos que no son. Esclavo se es de las ilusiones.
 
Y la posibilidad de hacer esta aceptación amorosa es el saber por la Fe, o sea creer, que nada se le escapa a la amorosa Providencia de Dios. Este tema es muy delicado y ríos de tinta se han vertido tratando de relacionar la Providencia de Dios con el hecho de la existencia del mal, del dolor, en sus varias manifestaciones.
 
La reflexiones de la mente en algunos momentos me ayudaron, pero cuando el aguijón del dolor penetró en lo más profundo de mi corazón, ningún argumento racional me dio paz, sino sólo una actitud, creer firmemente que ese dolor de algún misterioso modo, desconocido por mi razón, contribuía a mi perfección, a mi liberación, en definitiva a mi salvación, la que siempre Dios me está ofertando en Jesús.
 
No sé por qué tal dolor, no sé por qué ese y no otro, no sé si era la única opción posible o no para mí, no sé si es ocasionado sobre todo por mí mismo, mis acciones, o por la conjunción de innumerables variables genéticas, sociales, históricas, económicas o por disposición divina.
 
No lo sé, pero sí sé una cosa: que Dios es infinitamente Bueno, infinitamente Sabio e infinitamente Poderoso, y que ni un cabello cae de nuestra cabeza sin su consentimiento como dice Jesús en el Evangelio, por lo tanto, en esta situación, más allá de si sea ella buscada, querida o solamente permitida por Dios (nada sucede sin su permiso) no me pongo a indagar tanto en ello, sé por la Fe, o sea creo, que su Bondad, Sabiduría y Poder infinitos, respectivamente Desea, Sabe y Puede sacar de cada situación, hacer surgir de ella y a través de ella mi bien principal, es decir la redención, la salvación.
 
Sabiendo esto, creyendo esto, trato de abandonarme a su voluntad. Cada vez que ocurrió de las veces que lo intenté, la paz llegó a mi corazón y allí se alojó. La paz es el fruto del Santo Abandono.
 
Me despido con las palabras de un maestro del Santo Abandono, Job:
 
«Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allí.
El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:
¡bendito sea el nombre del Señor!».
(Job 1,21)

Carta para persuadir a la práctica de la oración



¡Hermano amadísimo en Cristo!
¿Hasta cuándo deberé arrastrar sin fruto la lucha contra la árida pereza y avanzar hacia la oración incesante? ¡Es hora! ¡Es hora de empezar el combate decisivo!
¡Ha llegado el tiempo! ¡No hay que perder tiempo! ¿Quién sabe si te queda aún mucho por vivir? ¡Quizás, el final está golpeando a la puerta! Recordad que la muerte se hace cercana y cuán terrible es el paso a la vida del más allá. No hay nada que pueda aplazar el futuro. Es necesario sin demora ponerse a trabajar, para esperar su venida no con terror sino con deseo.
El mapa del camino y los medios para obtener el fin, ya han sido meditados, formulados y preparados. La teoría está completa. No queda más que ponerla en práctica. ¿Por qué retardarla? ¿Qué nos falta para empezar? ¿Una firme decisión? ¿Una decisiva fuerza de voluntad? Entonces recurre a la fuerza de Dios. Decídete, decídete sin condiciones y con la ayuda de Dios ponte rápidamente a la obra. Su fuerza se cumple en la debilidad.
Sobre un arrecife del desierto del mar Negro, la tarde del 7 de junio de 1852
[III]
No hay ningún otro medio para progresar en la oración interior si no el trabajo y la paz interior. Y así:
1. Disponte decididamente a la oración y busca dedicarte a ella más que a todo el resto: todas las extraordinarias consolaciones de la oración, experimentadas por Vasilisk [1], se adquieren con trabajo, practicándola a menudo y con celo.
2. No te desanimes y no te inquietes si te dispersas con los pensamientos, sino ten un espíritu libre y recuerda que también a él le sucedió de quedar confundido, de ser perezoso, de reprobar a los otros y tener pensamientos pasionales. Y así, con la ayuda de Dios, pon un principio. Decídete al trabajo interior, disponte decididamente a la oración y permanece en vela ante cualquier cosa que sea, esto último enseña al asceta la lucha para vencer la naturaleza. Toma fuerza de la lectura de la Filocalia y espera la visita de Dios.

En Optina pustyn’ [2], 20 de julio de 1833





El Reino de Dios no consiste en palabras, sino en potencia [3]. Pongan en práctica la palabra, y no sean solo oyentes, engañándose a sí mismos (Jn 1, 22).
Por esto, si tú quieres solo leer, no harás más que perder el tiempo, si no tienes por objetivo morir a este mundo y vivir en la gracia del Espíritu Santo, a través de Jesucristo, para Dios, con la fuerza de la fe y en el espíritu de la oración.
El conocimiento intelectual puede sólo persuadir y predisponer, pero es con la práctica y con el trabajo que se alcanza el fin y se obtienen los frutos.
Si amas el estudio, ama también el trabajo: porque el conocimiento por sí solo hincha al hombre [4] (Marcos el Monje, c. 7) [5]
Quien busca cumplir los mandamientos y aprender a orar solo con la lectura y el estudio, sin experiencia práctica, es semejante a aquel que ve una sombra en lugar del objeto real (Gregorio el Sinaíta, c.22)[6].
¡Alma mía, extraviada! ¿Por cuánto tiempo te dejarás agitar por las tempestades u oscuridades, por las nieblas que encuentras sobre el mar de la vida? Como un avaro mercader te apresuras a recoger mercancías, avanzas por todos lados hacia piedras preciosas y joyas, y cuanto más amontonas, tanto más deseas nuevas y más altas… Mucho tiempo ha pasado, casi toda tu vida, solo acumulando provisiones. ¡Ya has reunido casi todas y ciertamente ya no encontrarás nada nuevo! Es hora de poner en obra, en los hechos, cuanto has recogido: ¡de adquirir la abundancia de la práctica!... Mucho has leído, mucho has meditado. Ahora ya es tiempo -aplacada la sed de las convicciones- de cruzar el umbral de la práctica de los saberes sobre la vida interior. ¡El tiempo en efecto es breve!...
Este pensamiento luminoso [el de decidirse a orar] es una inspiración del ángel custodio, que a menudo te habla, alma mía, de esta impostergable necesidad. Lo sé, sé que tú, sintiendo la verdad de esta inspiración, estás de acuerdo, y que tu decidida convicción de la necesidad de poner en práctica los conocimientos adquiridos más de una vez te han inducido a la actividad interior. ¿Pero qué te ha impedido, cada vez que te lo has propuesto, mantenerte sin distracción sobre el camino emprendido?
Ha sido la debilidad, la aridez, la atracción por las cosas exteriores, o quizás la arraigada costumbre a la negligencia – me respondes tú- que han investido como una tempestad, derribando y haciendo naufragar tu navío.
¡Verdad! Pero cuando la nave es agitada por el viento contrario, entonces normalmente, se arroja el ancla. Este ancla es la confianza en Dios: la esperanza en su misericordiosa providencia, en la tranquila y paciente espera de la paz y de la bonanza. Y la hora de la voluntad de Dios viene, como exclama también el santo profeta David: “Largamente he esperado al Señor y él se ha inclinado sobre mí y me ha escuchado mi grito de dolor” [7]. Por esto no te entristezcas, alma mía. Pon en el Señor tu vida y vuelve más a menudo a ti mismo. Cada día comienza de nuevo y pide fuerzas al Señor. No te turbes por tus faltas, sino refúgiate de prisa en la oración y retoma coraje. Recuerda lo que dice el sabio: cuantas veces caigas, otras tanto levántate y serás salvado [8]. Pues acuérdate también lo que dice un escritor de moral: “Mañana, mañana, me digo, empezaré; pero pasan los días y los años; y nunca viene la experiencia”.
(En el pustyn’ de San Saba [9], 15 de junio 1851)
Arsenij Troepol’skij
L’ esperienza della vita interiore.
Edizioni Qiqajon. Comunità di Bose. 2011
Págs. 39-43.





[1] El staret Vasilisk (Vasilij Gavrilov, 1743-1824), asceta y maestro de la oración de Jesús, fue iniciado a la actividad de la mente por el staret Adrián en los skits de los bosques de Brjansk. Pronto condujo su vida ascética en el pustyn’ de Konevec y en Siberia, con su discípulo Zósimo Verchovskij. Su Vida fue publicada por el monje de Optina Petr Grigorov en los Apuntes sobre la vida y los trabajos ascéticos de Petr Alekseevic Micuin, del monje y anacoreta Vasilisk y algunos trazos de la vida del monje loco en Cristo, Juan. (Zapiski o zizni i podvigach Petra Alekseevica Micurina, monacha i pustinnozitelja Vasiliska, i nekotorye certy iz zizni jurodogo monacha Iony, Moskva 1843). Se considera que Arsenio Troepol’skij es el autor de las Memorias de la vida de oración del “staret” Vasilisk, monje y anacoreta de los bosques siberianos (Pamjat’ o molitvennoj zizni starca Vasiliska, monacha i pustynnika Sibirskich lesov), donde es detalladamente descripta la experiencia de la oración mental por el staret, que tuvo un importante influencia sobre la formación del mismo Arsenio. La obra ha sido publicada por Aleksej Pentkovskij, sobre la base de la copia dactilografiada de la “Biblioteca eslava de Paris” (terminada el 2002 por el Centro de estudios rusos San Jorge en Meudón), en la revista Simvol 32 (1994), pp. 279-340.
[2] La fundación de Optina Pustyn (literalmente: “lugar desértico”, “éramo”, sitio de anacoretas, que podía transformarse a su vez en un asentamiento monástico de grandes dimensiones) se remonta al siglo XV. Desde el inicio del Ochocientos, Optina, no lejos de Kozel’sk en la provincia de Kaluga, se vuelve uno de los más importantes centros espirituales de Rusia, donde vivieron los célebres starcy Leonid, Macario, Ambrosio (todos canonizados), y realizó la edición de un gran número de obras de los padres.
[3] I Cor 4, 20
[4] Paráfrasis de 1 Cor 8, 1
[5] Arsenio expone la enseñanza de Marcos el Monje según el texto de la Filocalia eslava de Paisij Velickovskij (1974, reeditada en Dobrotoljubie, ili Slovesa i glavizny svjascennogo trezvenija v 2 tomacha, Sretenskij Monastyr, Moska, 2001), a la cual reenvía también cuando cita o alude a otros autores ascéticos del oriente cristiano. Hemos encontrado las remisiones sobre la edición de la Filocalia rusa de Teófano el Recluso. Dbrotoljbie I-V, Moskva 1895-1901; para la traducción italiana del original griego se ve: La filocalia I-V, a cargo de M. B. Artioli y M. F. Lovato, Gribaudi, Torino 1982-1987. Cf. Marcos el Monje, Para aquellos que piensan justificarse por las obras 7; Dobrotoljubie I, Moskva 1895, p. 538; La filocalia I, a cargo de M. B. Artioli y M. F. Lovato, Gribaudi, Torino 1982, p. 188.
[6] Gregorio el Sinaíta, Capítulos muy útiles con acróstico 22, en Dobrotoljbie V, p. 184. La filocalia III, p. 535; Místicos bizantinos, a cargo de A. Rigo, Einaudi, Torino, 2008, p. 440.
[7] Cf. Sal 39, 2.
[8] Cf. Efren el Sirio, Discurso sobre el arrepentimiento, in Id. , Tvorenija III, Izdatel’ skij Otdel Moskovskogo Patriarchata, Moskva 1994, p. 76.
[9] Se trata del monasterio de la Natividad de la Madre de Dios y de San Saba de Storoza, no lejano de Zvenigorod sobre la rivera de Moscava. Fue fundado por Saba, discípulo de San Sergio de Radonez, alrededor del 1380.

Sobre el método de la oración hesicasta



El Occidental, en cualquier evento que suceda, concentra su atención en descubrir la relación causa-efecto: esto que sucede, ¿de qué causa proviene y qué efectos produce? La atención del oriental es distinta. Se interesa por la “causa ejemplar”: esto que observamos, ¿qué significa? ¿De qué realidad oculta puede ser símbolo?
No nos sorprenden por consiguiente las preguntas y las respuestas que leíamos en los escritos recientes sobre el método físico. Los lectores vienen instruidos del siguiente modo: ¿qué efecto psíquico produce la respiración controlada?, ¿cómo la posición humilde del cuerpo ayuda a suscitar los sentimientos humildes del alma?, etc. En consecuencia, el método físico (como el yoga) aparece a los ojos del hombre occidental como una especie de cultura gimnástica adaptada para los contemplativos.
No creemos que esté mal considerar el método desde este punto de vista. Si para favorecer el estudio se procura una higiene corporal apropiada, ¿por qué se deberá omitir semejante cuidado cuando se quiere orar intensamente, y no estar condicionados por particulares tensiones nerviosas?
Mas el problema fundamental del Hesicasmo es distinto. Se parte de la oración y, ésta por su naturaleza, vive del simbolismo, el cual, en su vértice, alcanza su valor sacramental. Ciertos símbolos, como los sacramentales “producen lo que significan”. En el rito del bautismo o de la Eucaristía también es una “causalidad física”, mas el efecto no proviene directamente de la acción material, sino del simbolismo vivido e interpretado en la Iglesia de Cristo. ¿No son los Sacramentos el vértice y el modelo de la oración cristiana?
Es del todo natural que ciertos gestos litúrgicos se hayan trasladado espontáneamente a la oración privada: el signo de la Cruz, inclinaciones, postraciones, etc. Pero la vida está llena de otros gestos. ¿Deben ser considerados como profanos? Volver “sagradas” las funciones principales de la vida es uno de los objetivos principales del “método”.



Texto de la Oración Hesicasta de la obra italiana: La Preghiera. E. ANCILLI. TOMÁS SPIDLÍK. La preghiera esicastica, I. Citá Nuova, Editrice. Roma 1990.
Traducción al Castellano: F. Panella

Oración de Jesús y vida cotidiana, contemplación




El retorno a la vida de cada día

Los hesicastas, por su vocación específica, no intentaban volver a la vida común. Sin embargo, la oración de Jesús, de por sí hace posible este retorno al mundo. No es pura casualidad que su propagador sea un “peregrino ruso”. La vida de estos stranniki significa, por una parte, una separación continua de todos y de todo; por otra parte, sin embargo, ella implica una continua novedad y contactos del todo inesperados. Mas, todas las impresiones nuevas vienen advertidas y aceptadas con una disposición interior fija, producto de la jaculatoria que se repite siempre y que acompaña todo encuentro.
El Peregrino ruso le atribuye una fuerza transformadora, casi sacramental: “Cuando uno me insulta, no pienso otro beneficio que la oración de Jesús; inmediatamente la ira o la pena se desvanecen y olvido todo. Mi espíritu se ha vuelto simple, verdaderamente. No me apeno de nada, nada me preocupa, nada de cuanto es exterior me detiene…” ¿No es esto la finalidad de lo que se considera “contemplación natural”, elogiada por los Padres griegos? ¡Ver las cosas del mundo, mas no quedarse en ello, ver a Dios en cada cosa!

Texto de la Oración Hesicasta de la obra italiana: La Preghiera. E. ANCILLI.
TOMÁS SPIDLÍK. La preghiera esicastica, I. Citá Nuova, Editrice. Roma 1990.

Traducción al Castellano: F. Panella

Del desasimiento y de la posesión de Dios.

(Los resaltados no son de Eckhart sino del blog)

Me hicieron la siguiente pregunta: Que algunas personas se aislaban rigurosamente de los hombres y les gustaba estar siempre solos y de ahí provenía su paz así como del hecho de que se hallaban en la iglesia ¿si esto era lo mejor? Entonces dije: «¡No!» y ¡presta atención porque [no es así]! Quien está bien encaminado en medio de la verdad, se siente a gusto en todos los lugares y con todas las personas. Mas, quien anda mal, se siente mal en todos los lugares y entre todas las personas. Pero aquel que anda por buen camino, en verdad lleva consigo a Dios. Mas, aquel que bien [y] en verdad posee a Dios, lo tiene en todos los lugares y en la calle y en medio de toda la gente exactamente lo mismo que en la iglesia o en el desierto o en la celda; con tal de que lo tenga en verdad y solamente a Él, nadie podrá estorbar a semejante hombre.
¿Por qué?
Porque posee únicamente a Dios y pone sus miras sólo en Dios, y todas las cosas se le convierten en puro Dios. Semejante hombre lleva consigo a Dios en todas sus obras y en todos los lugares, y todas las obras de este hombre las opera sólo Dios; pues, la obra pertenece más propia y verdaderamente a quien es causa de ella que a quien la ejecuta. Si concentramos, pues, nuestra vista pura y exclusivamente en Dios, Él, en verdad, habrá de hacer nuestras obras y nadie, ni la muchedumbre ni el lugar, son capaces de detenerlo en sus obras. Resulta, pues, que a tal hombre nadie lo puede estorbar porque no ambiciona ni busca ni le gusta nada fuera de Dios; porque Él se une con el hombre en todas sus aspiraciones. Y así como ninguna multiplicidad lo puede distraer a Dios, así nada puede distraer ni diversificar a este hombre ya que es uno solo en lo Uno, donde toda multiplicidad es una sola cosa y una no-multiplicidad[5].
El hombre debe aprehender a Dios en todas las cosas y ha de acostumbrar a su ánimo a tener siempre presente a Dios en ese ánimo y en su disposición y en su amor. Observa cuál es tu disposición hacia Dios cuando te encuentras en la iglesia o en la celda: esta misma disposición consérvala y llévala contigo en medio de la muchedumbre y de la intranquilidad y de la desigualdad. Y —como ya he dicho varias veces— cuando se habla de igualdad no se afirma que todas las obras o todos los lugares o toda la gente tengan que considerarse como iguales. Esto sería un gran error, porque rezar es una obra mejor que hilar y la iglesia es un lugar más digno que la calle. Debes conservar, empero, en todas tus obras un ánimo y una confianza y un amor hacia Dios y una seriedad siempre iguales. A fe mía, si estuvieras así equilibrado, nadie te impediría tener presente a tu Dios.
Pero en quien Dios no vive tan de veras, sino que le hace falta, continuamente, aprehender a Dios desde fuera en esta cosa y en aquélla, y si busca a Dios de manera despareja, ya sea en las obras, o entre la gente, o en [determinados] lugares, éste no posee a Dios. Y fácilmente habrá alguna cosa que lo estorbe a semejante hombre porque no posee sólo a Dios y no busca ni ama ni aspira sólo a Él; y por ello no lo estorban únicamente las malas compañías sino también las buenas y no sólo la calle sino también la iglesia, y no sólo las palabras y obras malas, sino también las palabras y obras buenas, porque el impedimento se halla dentro de él, ya que Dios, en su fuero íntimo, no se le ha convertido en todas las cosas. Pues, si fuera así, estaría contento y a gusto en todos los lugares y con todas las personas porque él poseería a Dios y a Éste nadie se lo puede quitar ni estorbarlo en su obra.
¿En qué consiste entonces, esta verdadera posesión de Dios de modo que uno lo tenga en verdad?
Esta verdadera posesión de Dios depende de la mente y de una entrañable [y] espiritual tendencia y disposición hacia Dios, [y] no de un continuo y parejo pensamiento [cifrado] en Dios; porque esto sería para la naturaleza una aspiración imposible; sería muy difícil y además no sería ni siquiera lo mejor de todo. El hombre no debe tener un Dios pensado ni contentarse con Él, pues cuando se desvanece el pensamiento, también se desvanece ese Dios. Uno debe tener más bien un Dios esencial que se halla muy por encima de los pensamientos de los hombres y de todas las criaturas. Este Dios no se desvanece, a no ser que el hombre voluntariamente se aparte de Él.
Quien posee a Dios así, en [su] esencia, lo toma al modo divino, y Dios resplandece para él en todas las cosas; porque todas las cosas tienen para él sabor de Dios y la imagen de Dios se le hace visible en todas las cosas. Dios reluce en él en todo momento, y en su fuero íntimo se produce un desasimiento libertador y se le imprime la imagen de su Dios amado [y] presente. Es como en el caso de un hombre que sufre agudamente de verdadera sed: puede ser que haga algo que no sea beber, y también podrá pensar en otras cosas, pero haga lo que hiciere y esté con cualquier persona, cualesquiera que sean sus empeños o sus ideas o sus acciones, mientras perdure la sed no le pasará la representación de la bebida, y cuanto mayor sea la sed tanto más fuerte y penetrante y presente y constante será la representación de la bebida. O quien ama una cosa ardientemente [y] con todo fervor, de modo que no le gusta ninguna otra ni lo afecta en el corazón fuera de ésta [la amada], y sólo aspira a ella y a nada más: de veras, a este hombre, dondequiera y con quienquiera que esté o cualquier cosa que emprenda o haga, nunca se le apagará en su fuero íntimo aquello que ama tan entrañablemente, y en todas las cosas hallará justamente la imagen de esa cosa y la tendrá presente con tanta más fuerza cuanto más fuerte sea su amor. Semejante hombre no busca [la] tranquilidad porque ninguna intranquilidad lo puede perturbar. Este hombre merece un elogio mucho mayor ante Dios porque concibe a todas las cosas como divinas y más elevadas de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita fervor y amor y [hace falta] que se cifre la atención exactamente en el interior del hombre y [que se tenga] un conocimiento recto, verdadero, juicioso [y] real de lo que es el fundamento del ánimo frente a las cosas y a la gente. Esta [actitud] no la puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, él debe aprender [a tener] un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté. Debe aprender a penetrar a través de las cosas y a aprehender a su Dios ahí dentro, y a ser capaz de imprimir su imagen [la de Dios] en su fuero íntimo, vigorosamente, de manera esencial. Comparémoslo con alguien que quiere aprender a escribir: de cierto, si ha de dominar este arte, tiene que ejercitarse mucho y a menudo en esta actividad, por más penoso y difícil que le resulte y por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse asiduamente y con frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. A fe mía, primero tiene que fijar sus pensamientos en cada letra individual y grabársela muy firmemente en la memoria. Más tarde, cuando domina el arte, ya no le hacen falta en absoluto la representación de la imagen ni la reflexión; entonces escribe despreocupada y libremente… Y lo mismo sucede cuando se trata de tocar el violín o de cualquier otra obra que ha de realizar con habilidad. A él le basta perfectamente saber que quiere poner en práctica su arte; y aun cuando no lo haga en forma continuamente consciente, ejecuta su tarea gracias a su habilidad sean los que fueren sus pensamientos.
Del mismo modo, el hombre debe estar compenetrado de la presencia divina y ser configurado a fondo con la forma de su Dios amado y hacerse esencial en Él de modo que le resplandezca el estar presente [de Dios] sin esfuerzo alguno y más aún: que logre desnudarse de todas las cosas y que se mantenga completamente libre de ellas. Para conseguirlo se necesita, al comienzo, de la reflexión y de un atento ejercicio de la memoria, tal como [le hacen falta] al alumno en [el aprendizaje de] su arte.

Observa qué es lo que hace buenos al ser y al fundamento.

He aquí la razón debido a la cual son perfectamente buenos el ser y el fundamento existencial del hombre [y] de donde las obras humanas adquieren su bondad: [consiste] en que la mente del hombre esté orientada únicamente hacia Dios. Pon todo tu esfuerzo en que Dios se haga grande para ti y que todos tus afanes y empeños se dirijan hacia Él en todas tus acciones y en todo cuanto dejas de hacer. De cierto, cuanto mayor sea este [esfuerzo], tanto mejores serán todas tus obras, cualquiera que sea su índole. Mantente apegado a Dios y Él te añadirá todo el ser-bueno. Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno. Ah sí, en verdad, con semejante disposición de ánimo podrías pisar una piedra [y] sería una obra más aceptable para Dios que si recibieras el Cuerpo de Nuestro Señor y al hacerlo hubieses puesto tus miras más bien en lo tuyo y tu intención fuera menos desasida. Quien se apega a Dios, a éste se apegan Dios y cualquier virtud. Y aquello que tú buscabas anteriormente, ahora te busca a ti; aquello tras lo cual corrías tú, ahora corre detrás de ti y aquello de que huías, ahora huye de ti. Por eso: quien se apega estrechamente a Dios, a éste se le apega todo cuanto es divino y huye de él todo cuanto es desigual y ajeno a Dios.

Aviso

He quitado la propuesta de la ruminatio ya que quizá a algunas personas no les haga muy bien el tema que se había propuesto si no lo hace con un acompañamiento espiritual. Y como este no es medio para ello ni yo estaría capacitado para hacerlo, lo he quitado.

Además quería avisar que debido a obligaciones de padre de familia y laborales me es imposible continuar con el blog, lo que ya me venía costando y realizaba muy esporádicamente.

Saludos cordiales en Cristo Jesús.

Lectio Divina

Me ha parecido una muy buena exposición sobre la lectio divina, con una perspectiva un poco diferente a la que comunmente se suele encontrar en la bibliografía contemporánea sobre el tema.




La lectio divina como escuela de oración
en los Padres del desierto
La Escritura, escuela de vida

La vocación de Antonio, como ha sido descrita por Atanasio en su Vita Antonii, es muy conocida. Un día el joven Antonio, formado en una familia cristiana de la Iglesia de Alejandría (o en todo caso de la región de Alejandría), y que había escuchado leer las Escrituras desde su infancia, entra en la iglesia y se siente especialmente "tocado" por el pasaje evangélico que escucha leer: se trata del relato de la vocación del joven rico: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Tú ven y sígueme." (Mt. 19, 21; Vit. Ant. 2)
Sin duda Antonio ha escuchado antes muchas veces este texto; pero este día el mensaje lo toca de lleno y él lo recibe como una llamada personal. Lo pone en práctica, pues, vende la propiedad familiar -bastante importante - y reparte a los pobres el resultado de la venta, reservando justamente lo que necesita para ocuparse de su joven hermana cuya responsabilidad le compete.
Un poco más tarde, entrando de nuevo en la iglesia, escucha otro texto del Evangelio que le impresiona tanto como el primero: "No os preocupéis por el mañana" (Mt. s, 34; Vit. Ant. 3). Este texto también lo alcanza en pleno corazón, como una llamada personal. Confía entonces su hermana a una comunidad de vírgenes, (tales comunidades existían desde hacía mucho tiempo), se desprende de todo lo que le queda y emprende la vida ascética cerca de su pueblo, haciéndose guiar por los ascetas de la región.
Este relato es una muestra elocuente del sentido que tenía la Escritura para los Padres del Desierto. Era desde el principio escuela de vida. Y porque era escuela de vida era igualmente escuela de oración entre hombres y mujeres que aspiraban a hacer de su vida una oración continua como pretende la Escritura.
Los Padres del Desierto deseaban vivir fielmente todos los preceptos de la Escritura. Y, en la Escritura, el único precepto concreto que encontraban sobre la frecuencia de la oración no era que se debía orar a tal o tal ora del día o de la noche, sino que era necesario orar sin cesar.
Atanasio escribe de Antonio: (Vit. Ant. 3): "Trabajaba con sus manos, pues había escuchado: El que no trabaja, que no coma (2 Tes. 3, 10). Con una parte de su ganancia compraba pan, y distribuía el resto entre los necesitados. Oraba continuamente, habiendo aprendido que es necesario orar sin cesar en la intimidad. Antonio estaba tan atento a la lectura que nada se le escapaba de las Escrituras, tanto que la memoria le hacía las veces de los libros".
Se debe subrayar seguidamente en el texto de Atanasio, que la oración continua se acompaña de otras actividades, en particular del trabajo. He citado ese texto según la traducción de Benoit Lavaud, pero la traducción "estaba tan atento a la lectura que nada se le escapaba de Las Escrituras" es ambigua. Se puede entender fácilmente que quiere decir "estaba tan atento a hacer su lectura"... cuando el sentido del original griego es: "escuchaba la lectura con una atención tal..." como por su parte lo había entendido Evagrio en su traducción latina: "auditioni Scriptuarum ita studium commodabat..." (escuchaba las Escrituras con un cuidado tal).
Evidentemente, no se puede hablar de la Escritura como escuela de oración en los Padres del Desierto, sin referirse a las dos admirables Conferencias que Casiano ha dedicado explícitamente a la oración, las dos atribuidas a Abba Isaac, la 9na y la 10ma.
El principio fundamental está dado de entrada al principio de la Conf.9: "El fin único del monje y la perfección del corazón consisten en la perseverancia ininterrumpida en la oración. E Isaac explica que todo el resto de la vida monástica, la ascesis y la práctica de las virtudes no tienen otro sentido ni más razón de ser que conducir a este fin.
Qué significa "lectio divina" ?
Antes de pasar adelante, quiero precisar rápidamente que cuando hable de la lectio divina en los Padres del Desierto en esta conferencia, no entenderé la expresión lectio divina en el sentido técnico (y reductor) que se le ha dado en la literatura espiritual y monástica de las últimas décadas.
La palabra latina lectio en su acepción primaria, significa enseñanza, lección. En sentido secundario y derivado, lectio
puede designar también el texto o el conjunto de textos que transmiten esta enseñanza. Así, se habla de lecciones (lectiones) de la Escritura leídas durante la liturgia. En fin, en un sentido más derivado todavía, y más tardío, lectio puede querer decir también "lectura".
Es en este último sentido en el que se entiende esta expresión hoy. En nuestros días, en efecto, se habla de lectio divina como de una observancia determinada, y se nos dice que se trata de una forma de lectura diferente de todas las demás y que, por encima de todo, es preciso no confundir la verdadera lectio divina con otras formas de simple "lectura espiritual". Es una visión completamente moderna que, como tal, representa una concepción extraña a los Padres del Desierto, y sobre la que volveré en breve.
Si se consulta el conjunto de la literatura latina primitiva (se puede hacer fácilmente en nuestros días, sea mediante buenas concordancias, sea con el CDRom del CETEDOC), se constata que cada vez que se encuentra la expresión lectio divina entre los escritores latinos anteriores a la Edad Media, esta expresión designa la Sagrada Escritura misma, y no una actividad humana sobre ella. Lectio divina es sinónimo de sacra pagina. Así se dice que la lectio divina nos enseña tal o cual cosa; que debemos leer atentamente la lectio divina, que el Divino Maestro, en la lectio divina nos recuerda tal o cual exigencia, etc.
Ejemplos:
    Cipriano: "Sit in manibus divina lectio", (De zelo et livore, cap 16) Ambrosio: "ut divinae lectionis exemplo utamur", (De bono mortis, cap.1, par.2) Agustín: "aliter invenerit in lectione divina",(Enarr. in psalmos, ps.36, serm. 3, par.1)
Este es el único sentido que tenía la expresión lectio divina en la época de los Padres del Desierto. Este es, pues, el sentido en el que yo la emplearé en esta conferencia, excepto cuando haga alusión al enfoque contemporáneo. No hablaré de una observancia particular que tiene por objeto la Escritura, sino de la Escritura misma como Escuela de vida y, por tanto, Escuela de oración de los primeros monjes.
Lectura?
Hablar de "lectura" de la Escritura en los Padres lleva, sin embargo, a confusión. La lectura propiamente dicha, como se entiende hoy, debía ser en resumidas cuentas bastante rara. Los monjes pacomianos, por ejemplo, que venían en su mayor parte del paganismo, debían, desde su llegada al monasterio, aprender a leer si no sabían, a fin de poder aprender la Escritura. Un texto de la Regla dice que no debe haber nadie en el monasterio que no sepa de memoria al menos el Nuevo Testamento y los Salmos. Pero, una vez memorizados, estos textos se convierten en objeto de una "meleté", de una neditatio o ruminatio continua a lo largo de toda la jornada y de una gran parte de la noche, tanto en privado como en la synaxis. Esta ruminatio de la Escritura es concebida no como una oración vocal, sino más bien como un contacto constante con Dios a través de su Palabra. Una atención constante que llega a convertirse en oración constante.
Un relato de los apotegmas expresa bien esta importancia relativa de la lectura con relación a la importancia absoluta del contenido de la Escritura.
Un día de frío intenso, Serapión encuentra en Alejandría un pobre completamente desnudo. Piensa: 'Este es Cristo, y yo soy un homicida si muere antes de que haya intentado ayudarle'. Serapión se quita entonces todos sus vestidos y los da al pobre, quedándose desnudo en la calle, con solo un Evangelio bajo el brazo, único objeto conservado... Un viandante que lo conocía, le pregunta: 'Abba Serapión, quién te ha quitado tus vestidos?' Y Serapión, mostrando su Evangelio responde: 'He aquí el que me ha quitado mis vestidos'. Serapión sigue su camino y ve un hombre conducido a la cárcel porque no puede pagar una deuda. Lleno de compasión le da su Evangelio, a fin de que, vendiéndolo, pueda saldar lo que debe. Cuando, sin duda tiritando, Serapión vuelve a su celda, su discípulo le pregunta dónde está su túnica, le responde que la ha enviado allí donde era más necesaria que sobre su cuerpo. A la segunda demanda de su discípulo: 'Y dónde está tu Evangelio?', Serapión responde: "He vendido al que me decía continuamente: Vende tus bienes y dalos a los pobres (Lc.12, 33); lo he dado a los pobres, a fin de lograr una confianza mayor el día del juicio (Pat. Arm. 13,8, R:III, 189).
Como hemos visto al principio, Antonio, cristiano de nacimiento, ha sido convertido a la vida ascética por la lectio divina, o la sacra pagina, proclamada en la comunidad eclesial local, en el curso de la celebración litúrgica.
Pacomio, que procedía de una familia pagana del Alto Egipto, también fue convertido por la Escritura, pero por la Escritura interpretada y encarnada en la vida concreta de una comunidad cristiana que vivía del Evangelio, la de Latópolis. Conocéis la historia: El joven Pacomio ha sido reclutado por la armada romana y con los demás reclutas es conducido en barco hacia Alejandría. Una tarde el navío se detiene en Latópolis y los reclutas son custodiados en la cárcel: los cristianos del lugar les llevan entonces víveres y bebidas. Es el primer encuentro de Pacomio con el cristianismo.
Para Antonio, representante por excelencia del anacoretismo, como para Pacomio, representante del cenobitismo, la Escritura es, ante todo Regla de vida. Es también la única verdadera Regla del monje. Ni Antonio ni Pacomio han escrito una Regla en el sentido que se entenderá en la tradición monástica después de ellos, aunque cierto número de reglamentos prácticos de Pacomio y de sus sucesores hayan sido reunidos con el nombre de "Regla de Pacomio".
La Escritura como única "regla" del monje
A un grupo de hermanos que querían una "palabra" de Antonio, este les respondió: Habéis escuchado la Escritura? esta os es muy conveniente". (Reparad en la palabra: "escuchado" --èkousate)(Ant. 19).
Alguien pregunta a Antonio: "Qué debo hacer para agradar a Dios?". El Anciano responde: "Observa lo que te voy a recomendar: donde quiera que te encuentres, ten siempre a Dios ante tus ojos; hagas lo que hagas, actúa según el testimonio de las Escrituras". (Ant. 3).
Subrayemos, en primer lugar, tres cosas en este breve apotegma. Primeramente, el monje que interroga a Antonio no busca una enseñanza teórica y abstracta. Su pregunta, como la del joven rico del Evangelio, es muy concreta. "Qué debo hacer? -- "Qué debo hacer para agradar a Dios?" (Esta es, por otra parte, una actitud que se encuentra constantemente en los apotegmas). La respuesta de Antonio es doble: Se agrada a Dios si se le tiene siempre ante los ojos, es decir, si se vive constantemente en su presencia -- lo cual es propiamente la idea que tienen los Padres del Desierto de la oración continua; y esto es posible si se deja guiar por las Escrituras. Antonio no habla aquí de lectura o de meditación de la Escritura, sino de hacer todo según el testimonio de las Escrituras.
Un día, Teodoro, el discípulo preferido de Pacomio, pregunta a este con fervor de neófito, cuántos días se debe ayunar durante la Pascua, es decir, durante la Semana Santa. (La regla de la Iglesia y la costumbre generalizada era hacer un ayuno total durante el Viernes y el Sábado Santos; pero algunos pasaban tres o cuatro días sin comer nada). Pacomio le recomienda atenerse a la Regla de la Iglesia, que exige guardar un ayuno absoluto sólo durante los dos últimos días, a fin, dice él, de tener fuerzas para cumplir sin desfallecer las cosas que nos mandan las Escrituras: la oración continua, las vigilias, las recitaciones de la ley de Dios y el trabajo manual.
Lo verdaderamente importante para los Padres del Desierto, no es leer la Biblia, sino vivirla. Evidentemente, para vivirla es preciso conocerla. Y, como todo cristiano, el monje aprendía la
Escritura, en primer lugar, escuchando su proclamación en la asamblea litúrgica. Así aprendía de memoria partes importantes de la Escritura a fin de poderla rumiar a lo largo de la jornada. En fin, algunos tenían acceso a los manuscritos de la Escritura y podían hacer una lectura privada. Esta lectura privada no era más que una forma entre otras, y no necesariamente la más importante, de dejarse interpelar constantemente por la Palabra de Dios.
La hermenéutica del desierto
Algunos de los relatos que he mencionado nos dejan entrever las lineas-fuerza de lo que se podría llamar la hermenéutica de los Padres del Desierto -- una hermenéutica que, bien seguro, jamás será formulada en forma de principios abstractos, pero que no por ello deja de serlo. Los grandes maestros de la hermenéutica moderna, que consideran toda interpretación como un diálogo entre el texto y el lector o el auditor, y para quien toda interpretación debe llevar a una transformación o a una conversión, no han inventado nada. Han formulado una realidad que los Padres del Desierto han vivido, sin poder formularla, cierto, -- o en todo caso sin preocuparse de formularla.
En el desierto, la Escritura es constantemente interpretada. Esta interpretación no se expresa en forma de comentarios y homilías, sino en acciones y gestos, en una vida de santidad transformada por el diálogo constante del monje con la Escritura. Los textos no dejan de ser cada vez más significativos, no solamente para los que los leen o los escuchan, sino también para quienes encuentran a esos monjes que han encarnado esos textos en su vida. El hombre de Dios que ha asimilado Su palabra ha llegado a ser un nuevo "texto", y un nuevo objeto de interpretación. Es, por otra parte, en este contexto donde hay que entender el hecho de que en el desierto la palabra del Anciano es considerada con el mismo poder que la Palabra de la Escritura.
He citado ya el apotegma de Antonio en el que responde a los hermanos: "Habéis escuchado la Escritura? esta os es muy conveniente". De hecho, los hermanos no quedaron muy satisfechos con esta respuesta y le dijeron: "Padre, queremos también una palabra tuya". Entonces Antonio les dijo: "El Evangelio dice: si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra". Ellos replicaron: "Nosotros no podemos hacer eso". El Anciano le dijo: "Si no podéis presentar la otra, soportad al menos que se os pegue sobre una mejilla" -- "No podemos tampoco eso" -- "Si no podéis eso, respondió Antonio, no devolváis el mal que habéis recibido". Ellos dijeron: "No podemos". Entonces, el Anciano dijo a su discípulo: "Prepárales una pequeña papilla de harina pues están enfermos. Si no podéis con esto y no queréis hacer esto, qué puedo hacer yo por vosotros? Tenéis necesidad de oraciones".
Hijos de la Iglesia de Egipto y de Alejandría
Por otra parte, esta manera de concebir la Escritura como Regla de vida no era exclusiva de los monjes. No debemos olvidar que los Padres del Desierto que nos son conocidos a través de los Apotegmas, la literatura pacomiana, Palladio y Casiano, etc. son ante todo los monjes egipcios de finales del siglo III y de principios del IV. Estos monjes son hijos de la Iglesia. Pertenecían a una Iglesia muy concreta, la de Egipto, formada en la tradición espiritual de Alejandría.
El mito según el cual la mayor parte de los primeros monjes, comenzando por Antonio, eran analfabetos e ignorantes, no resiste ya a la crítica. Muchos estudios recientes, en particular los de Samuel Rubenson sobre las Cartas de Antonio, han demostrado que Antonio y la mayor parte de los monjes del desierto de Egipto habían asimilado la enseñanza espiritual de la Iglesia de Alejandría, que estaba marcada todavía por la enseñanza de los grandes maestros de la Escuela de Alejandría, y en particular por el impulso místico que le había dado su maestro más ilustre, el gran Orígenes.
La Iglesia de Alejandría, había nacido desde la primera generación cristiana en el seno de una diáspora judía muy cultivada, contaba, según Plinio, alrededor del millón de miembros; esto explica que esta Iglesia de Alejandría y de Egipto tuviera desde su origen una orientación judío-cristiana muy marcada. Explica a la vez igualmente su apertura a la tradición escrituraria y mística que había marcado las Iglesias Judío-cristianas desde las primeras generaciones de cristianos .
La Escuela del Desierto es, desde muchos puntos de vista, la réplica en la soledad de la Escuela de Alejandría en la que se sabía que Orígenes había vivido con sus discípulos una existencia monástica anticipada, completamente centrada sobre la Palabra de Dios. Según una hermosa descripción perteneciente a Jerónimo, esta existencia era una alternancia continua que iba de la oración a la lectura y de la lectura a la oración, tanto de noche como de día. (Carta a Marcela 43,1; PL 22:478: Hoc diebus egisse et noctibus, ut et lectio orationem exciperet, et oratio lectionem)
Por lo demás, esto no era exclusivo de Egipto. Casi en la misma época, Cipriano de Cartago formulaba una regla que sería citada después por casi todos los Padres latinos: "Ora asiduamente o lee; en algunos momentos habla a Dios, en otros escucha lo que Dios te dice" (Carta 1,15; PL 4:221 B: Sit tibi vel oratio assidua vel lectio: nunc cum Deo loquere, nunc Deus tecum -- que se convertirá en la fórmula clásica: "cuando oras, hablas a Dios, cuando lees, Dios te habla").
Si no todos los monjes de Egipto eran Evagrio y si pocos de ellos han debido leer a Orígenes en sus textos, no es menos verdad que han sido formados en la espiritualidad cristiana por la enseñanza de pastores que permanecían fuertemente influenciados por la orientación que Orígenes había dado a la Iglesia de Alejandría a través de la Escuela que había dirigido durante muchos años.
Esto explica la sólida espiritualidad bíblica del monaquismo primitivo. Se podría objetar, sin embargo, que las citas bíblicas son, en suma, bastante escasas en los Apotegmas, aunque sean mucho más numerosas en la literatura pacomiana. La respuesta es que la Escritura estaba tan impresa en la forma de vida de los ascetas, que era superfluo citarla en pasajes. Monje pneumatóforo era el que vivía según las Escrituras, el que estaba lleno del mismo Espíritu que había inspirado las Escrituras. (Se estaba lejos entonces de la costumbre moderna que pretende que una afirmación, una enseñanza no sea tomada en serio, si no va arropada por una nota al pie de página, indicando todas las personas que han dicho lo mismo antes que nosotros).
La tradición de lo que ahora se llama lectio divina, es decir, el cuidado de dejarse interpelar y transformar por el fuego de la Palabra de Dios, no se comprendería sin su conexión, más allá del monaquismo primitivo, con la tradición de la ascesis cristiana de los tres primeros siglos y también con su raigambre en la tradición de Israel.
En la catequesis recibida en su Iglesia local, el monje ha aprendido que ha sido creado a imagen de Dios, que esta imagen ha sido deformada por el pecado y que debe ser restaurada. Por eso debe dejarse transformar y reconfigurar a imagen de Cristo. Por la acción del Espíritu Santo y por su vivir según el Evangelio, su semejanza con Dios es gradualmente restaurada y puede conocer a Dios.
El objetivo de la vida del monje, tal como lo ha expresado Casiano, es la oración continua, que él describe como una atención constante a la presencia de Dios, que se realiza a través de la pureza de corazón. A esta se llega, no a través de tal o cual observancia, tampoco a través de la lectura o la meditación de la Escritura, sino dejándose transformar por ella.
El contacto con la Palabra de Dios - poco importa que ese contacto sea a través de la lectura litúrgica, la enseñanza de un padre espiritual, la lectura privada del texto, o la simple "rumia" de un versículo o de algunas palabras aprendidas de memoria - es el punto de partida de un diálogo con Dios. Este diálogo se establece y se prosigue en la medida en que el monje ha alcanzado una cierta pureza de corazón, una simplicidad de corazón y de intención, y también en la medida en que ha puesto en práctica los medios para llegar a esta pureza de corazón y para mantenerla. Ese diálogo, en el curso del cual la Palabra interpela sin cesar al monje a la conversión, mantiene esa atención continua a Dios que los Padres consideran como una oración continua y que es el objetivo de su vida.
Para los monjes del desierto, la lectura de la Palabra de Dios no es simplemente un religioso ejercicio de lectio que prepara gradualmente el espíritu y el corazón a la meditatio y después a la oratio, en la esperanza de poder alcanzar también la contemplatio (...si es posible antes que haya terminado la media hora o la hora de lectio). Para los monjes del desierto el contacto con la Palabra es el contacto con el fuego que arde, que perturba y que llama violentamente a la conversión. El contacto con la Escritura no es para ellos un método de oración; es un encuentro místico. Y a menudo este encuentro les da miedo, tan conscientes son de sus exigencias!
Círculo hermenéutico
La Escritura adquiere constantemente un sentido nuevo cada vez que se la lee. También en esto la hermenéutica moderna recoge las intuiciones de los Padres del Desierto: Estos se encontrarían bastante de acuerdo con la afirmación de San Agustín: "Ayer has comprendido un poco; hoy comprendes más; mañana comprenderás más todavía: la luz misma de Dios se hace más fuerte en ti (In Ioh. tract. 14,5, CCL 36, p.144, lineas 34-36)
Para los monjes del desierto, las palabras de la Escritura (como, por lo demás, igualmente las de los Ancianos), trascienden la dimensión limitada del "acontecimiento" en el que eran primeramente encontradas y del que recibían su significado. Estas "palabras" proyectan un "mundo de sentidos" en el que intentan penetrar. La llamada a vender todo, a dar el fruto de la venta a los pobres, a seguir el Evangelio (Mt 12, 91), la exhortación a no dejar jamás que el sol se ponga sobre su cólera (Ef.4,25), el mandamiento de amar; todos estos textos han formado la vida de los Padres del Desierto de una manera particular y han proyectado un "mundo de sentidos" al que ellos se han esforzado por entrar, por aproximarse. La santidad en el desierto consistía en dar una forma concreta a ese mundo de posibilidades que brotaba de los textos sagrados, interpretándolos y apropiándoselos en la vida concreta.
Abba Nesteros (en la Conf. 14 de Casiano), nos dice que "debemos tener el celo de aprender de memoria una serie de textos sagrados y rememorarlos sin cesar. Esta meditación continua, dice Nesteros nos procura un doble fruto". Primero nos preserva de malos pensamientos. Después, esta recitación o meditación continua nos llevará a una comprensión que se renueva continuamente. Y Nesteros tiene esta frase admirable: "A medida que, por este estudio, nuestro espíritu se renueva, las Escrituras comienzan también a cambiar de rostro (sriptuarum facies incipiet innovari)". Una comprensión más misteriosa nos es dada, cuya belleza crece con nuestro progreso. (Una vez más nos encontramos con el lazo indisoluble entre la puesta en práctica de las Escrituras y la capacidad de comprenderlas a nivel más profundo).
(Se podría comparar una vez más esta visión a la aproximación moderna de un Ricoeur, por ejemplo, que dice que un texto , una vez salido de la mano de su autor, adquiere una existencia autónoma, y asume una nueva significación cada vez que es leído - siendo cada lectura una interpretación, que es la revelación de una de las posibilidades casi infinitas contenidas en el texto).
Según el método moderno de lectio divina, se debe leer lentamente y se debe parar en un versículo mientras este alimenta el corazón, o el espíritu, si no las emociones, y se pasa al versículo siguiente cuando los sentimientos se enfrían o la atención se disipa. Los primeros monjes se quedaban en un versículo hasta que lo habían puesto en práctica.
Un hermano vino al encuentro de Abba Pambo y le pidió que le enseñara un salmo. Pambo se puso a enseñarle el salmo 38: pero apenas pronunció el primer versículo: "Yo dije: vigilaré mi proceder, para que no se me vaya la lengua...", el hermano no quiso escuchar más. Dijo a Pambo: "Este versículo me basta; ruega a Dios que yo tenga la fuerza de aprenderlo y de ponerlo en práctica. Diecinueve años más tarde se empeñaba en ello todavía... (Arm 19, 23 Aa: IV 163).
También a Abba Abraham, que era un escritor excelente, además de ser un hombre de oración, un hermano pidió le copiara el salmo 33. Se conformó con copiarle el versículo 15 : "apártate del mal, obra el bien; busca la paz y corre tras ella", diciendo al hermano: "Empieza por practicar esto y después te copiaré el resto..." (Arm 10,67: III, 41).
La Biblia para los Padres no es algo que se conoce con la inteligencia, ni tampoco con el corazón, como gusta repetir en nuestros días, (confundiendo, por lo demás, bastante a menudo el concepto bíblico de corazón con una noción de "corazón" más reciente y un poco sentimental). Para los Padres se conoce la Biblia cuando se la asimila hasta el punto de traducirla en vida. Cualquier otro conocimiento que no lleve a esto es vano.
Comprensión de la Escritura
Pero todo esto no quiere decir que no sea necesario abordar la Escritura también con la inteligencia. Los monjes ponen gran cuidado en conocer el sentido literal de la Escritura antes de aplicársela. En los monasterios pacomianos, por ejemplo, había cada semana tres catequesis en el curso de las cuales, sea el superior del monasterio, sea el superior de la casa interpretaba la Escritura durante la synaxis, después de lo cual los hermanos intercambiaban entre ellos lo que habían entendido, a fin de asegurarse que todos habían comprendido bien.
La interpretación de un texto difícil exige un esfuerzo de la inteligencia; pero este esfuerzo sería inútil sin la luz divina, que se debe pedir en la oración. En este sentido la oración debe preceder a la lectio aunque también puede ser su fruto. A dos hermanos que interrogaban a Antonio sobre el sentido de un texto difícil del Levítico, Antonio pide esperar un tiempo, mientras se ponía en oración, para pedir a Dios que le envíe a Moisés para enseñarle el sentido de esta palabra. (Arm. 12,1B:III,148). Antes que él, Orígenes hacía lo mismo, pidiendo a sus discípulos que orasen con él para alcanzar la comprensión de un texto sagrado particularmente difícil, a fin, decía él, de encontrar la "edificación espiritual" contenida en ese texto. (Orígenes, Homilías sobre el Génesis. Trad. y notas: L. Doutreleau, SD 7, París 1943, Hom. 2,3, p.96). Subrayemos la expresión "contenida en el texto". El sentido espiritual de la Escritura no es algo que le sea artificialmente añadido: es algo que el texto contiene, y que es preciso descubrir.
De la misma manera, un gran monje, Isaac de Nínive, escribía: "No te acerques a las palabras llenas de misterio de la Escritura sin oración... Dí a Dios: "Señor, concédeme entender el poder que se encuentra aquí" (Ver J. WENSINGK, Mystic Treatises bu Isaac of Nineve, Amsterdam 1923, par. 329, ch. XLV, p.220). Lo que se busca en un texto no es una significación abstracta, intemporal, es un poder capaz de transformar al lector.
Las teorías modernas sobre la lectio divina insisten generalmente sobre el hecho de que la lectio es algo completamente distinto del estudio. Los Padres, ciertamente, no habrían entendido esta distinción y esta división en compartimientos separados. Su aproximación a la Escritura estaba unificada. Todo esfuerzo para aprender la Escritura, para comprenderla, para ponerla en práctica era un único esfuerzo para entrar en diálogo con Dios y para dejarse transformar por Él en ese diálogo que se convertía en oración continua. Ni ellos, ni Orígenes - el hombre por excelencia de la Escritura -, ni sobre todo un Jerónimo, para quien la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo, (In Esaiam. Prol. CCL 73,2, CCL 78,66) habrían comprendido un estudio de la Escritura que no fuese un encuentro personal con el Dios viviente.
Para Jerónimo, la oración no reside primeramente en el corazón sino en la inteligencia (de donde pasa al corazón). Hay que conocer primero a Dios para amarlo. El que conoce verdaderamente ama necesariamente. De aquí la importancia de estudiar a fondo y de comprender las Escrituras con la inteligencia.
De Marcela que, más que las demás discípulas que Jerónimo había estudiado a fondo las Escrituras y las leía asiduamente, este decía: "Ella comprendía que la meditación no consiste en repetir los textos de la Escritura... pues sabía que no merecía su comprensión sino después de haber traducido a vida sus mandamientos" (Ep. 127,4, CSEL 56,148).
En su Conferencia 14, Casiano, un excelente transmisor de la espiritualidad del desierto egipcio en el que ha vivido durante muchos años, en la misma época que Evagrio, distingue dos formas de ciencia, la práctica y la teorética, siendo esta última la contemplación de las cosas divinas y el conocimiento de los significados más sagrados. A esta teorética o contemplación de las cosas divinas, la llama también "ciencia verdadera de las Escrituras", y la divide en dos partes, la interpretación histórica y la inteligencia espiritual. Una y otra pertenecen a la contemplación.
Casiano añade: "Si queréis llegar a la verdadera ciencia de la Escritura, tratad primeramente de conseguir una inquebrantable humildad de corazón. Es esta quien os conducirá, no a la ciencia que infla, sino a la que ilumina, por la consumación de la caridad". Entonces, lo que hace que el estudio de la Escritura sea o no una actividad contemplativa, no es el método de lectura o de interpretación utilizado, sino la actitud del corazón.
Pre-comprensión
La hermenéutica de Ricoeur nos enseña que cuando se lee un autor antiguo no se entra propiamente en relación con el pensamiento del autor, sino con la realidad misma de la que este habla. Es por esto que no es posible la comprensión de un texto, sin una pre-comprensión que consiste en una cierta relación ya existente entre el lector y la realidad de la que habla el texto. Ahora bien, se encuentra ya una intuición semejante en Casiano, en el final de la décima Conferencia. Isaac, después de haber explicado los medios para llegar a la oración pura añade: "Vivificado por este alimento (el de las Escrituras) del cual él no cesa de nutrirse, se impregna hasta tal punto de todos los sentimientos expresados en los salmos que, en adelante, los recita no como compuestos por el profeta, sino como si él mismo fuera su autor, y como una oración personal..." Y añade: "En efecto, las divinas Escrituras se nos revelan más claramente, y nos manifiestan su corazón y su meollo, cuando nuestra experiencia, no solamente nos permite entrar en su conocimiento, sino también anticipar el conocimiento mismo, tanto que el sentido de las palabras no se nos revela por explicación alguna, sino por la experiencia que hemos hecho" (Conf. X,11)... "Instruidos por lo que nosotros mismos sentimos, no los percibimos como cosa meramente oída, sino experimentada y palpada con nuestras manos; como algo que damos a luz desde lo profundo de nuestro corazón, como si fueran sentimientos que forman parte de nuestro propio ser. No es la lectura la que nos hace penetrar en el sentido de las palabras, sino la propia experiencia adquirida." (ibid)
No existe comprensión e interpretación sin una pre-comprensión. Bajo este punto de vista es claro que la vida que llevan los monjes en el desierto, hecha de silencio, de soledad y de ascesis, constituía una precomprensión que condicionaba ampliamente su comprensión de la Escritura. El silencio y la pureza de corazón eran vistos como precondiciones para entender e interpretar las Escrituras en su pleno sentido.
No se comprende sino lo que se ha vivido ya, al menos en una cierta medida. Por esto san Jerónimo indica un orden en el que aprender la Escritura: primero el Salterio, después los Proverbios de Salomón y Qohelet, después el Nuevo Testamento. Y sólo cuando el alma está ampliamente preparada a través de una larga relación de intimidad amorosa con Cristo, puede abordar con provecho el Cantar de los Cantares.
Palabra de los Ancianos
Los Padres del Desierto respondían a veces a la pregunta que se les proponía con una palabra de las Escrituras; pero respondían también con otras palabras a las que se concedía la misma importancia. Se estaba convencido de que el poder de esas palabras procedía de la gran pureza de vida del santo Anciano que las pronunciaba, pues él mismo había sido transformado por la Escritura.
La noción moderna de lectio divina
Me gustaría ahora hacer unas reflexiones sobre la concepción que se tiene hoy de la lectio divina, a la luz de las enseñanzas de los Padres del Desierto que acabo de presentar.
Lo que hoy se llama lectio divina es presentado como un método de lectura de la Escritura y también de los Padres de la Iglesia y de los Padres del monaquismo. El método consiste en una lectura lenta y meditativa del texto, una lectura hecha más con el corazón que con la inteligencia, se dice, sin una finalidad práctica, sino simplemente para dejarse impregnar por la Palabra de Dios
Este método, en tanto que método, tiene sus orígenes en el siglo XII y no deja de tener relación con lo que se ha llamado "teología monástica". En esta época la pre-escolástica había desarrollado su método que iba de la lectio a la quaestio, seguía la disputatio. La reacción de los monjes fue entonces desarrollar su propio método: la lectio conducía a la meditatio, después a la oratio... y un poco más adelante se añadirá la contemplatio, que se distinguirá de la oratio.
Mientras el enfoque de la Escritura que he descrito como propio de los Padres del Desierto era en realidad un enfoque que ellos tenían en común con el conjunto del pueblo de Dios, el nuevo enfoque o "nuevo método", pues se trata ahora de un ejercicio, de una observancia importante de la existencia monástica, se ha refugiado en los monasterios.
Mucho más tarde, en la época de la devotio moderna se generaliza la "lectura espiritual", que se toma especial cuidado en diferenciarse netamente de la lectio divina monástica. Siguiendo la corriente general, la vida espiritual se especializa, se divide en compartimientos estancos.
Sería extraño al tema de la presente conferencia analizar esta larga evolución. Me permito al menos algunas observaciones. La primera es que cabe preguntarse cómo habría evolucionado la teología si los monjes no hubieran rechazado el método naciente. En efecto, lo que se llama "teología monástica" no tenía, hasta el siglo XII, nada de específicamente monástico. Era la manera en que se hacía teología en todo el pueblo de Dios, bien seguro, con un gran pluralismo tanto en los monasterios como fuera de ellos. Esta forma sapiencial y contemplativa de hacer teología había sabido hasta entonces asumir, y transformar (inculturar, se diría hoy) las aportaciones de los distintos métodos y de las diversas corrientes de pensamiento. Cabe legítimamente preguntarse cómo habría evolucionado la teología de los siglos siguientes si los monjes no hubieran rechazado el método naciente y lo hubieran asimilado como habían sabido asimilar tantos otros antes. Es verdad que para bien o para mal, una manera llamada monástica de hacer teología se mantuvo en los monasterios y la teología escolástica se desarrolló en las escuelas fuera de los monasterios. En un Tomás de Aquino, el nuevo método es utilizado todavía en una perspectiva profundamente contemplativa. En los comentaristas -y los comentaristas de los comentaristas,se irá resecando cada vez más.
Lo mismo ocurrió con el estudio de la Escritura. Los monjes habían jugado hasta este momento un papel preponderante en la interpretación y uso de la Escritura, aunque su enfoque no fue esncialmente diferente del que tenía el conjunto del pueblo de Dios. A partir del momento en que, sufriendo (sin darse cuenta de ello) la influencia del nuevo pensamiento, elaboran su propio método de lectura paralelo al de la escolástica, y así existen en la Iglesia dos enfoques de la Escritura completamente distintos: uno que quiere una lectura con el corazón (y que en algunas épocas olvidará a menudo hacer seguir a la inteligencia) y una orientación científica que se desecará cada vez más.
Por otra parte, se debe reconocer que al precisar su propio método de lectio, los monjes eran ya dependientes de la nueva mentalidad, pre-escolástica, que había creado la necesidad de un método. Los primeros monjes no tenían método, tenían una actitud respecto a la lectura.
Con frecuencia, en el curso de los últimos siglos, los monjes olvidaron su manera propia de leer la Escritura y los Padres y de hacer teología y adoptaron la de todo el mundo. Ha sido, pues, necesario para los monjes de nuestra época, volver a una forma de hacer teología distinta de la de los manuales escolásticos y volver a una manera de leer la Escritura y los Padres distinta de la de la exégesis científica moderna. Se debe un gran reconocimiento a Dom Jean Leclerq por haber orientado el monaquismo contemporáneo en esta dirección. Por lo demás, se podría decir con un poco de humor, que los conceptos de teología monástica y de lectio divina, tal como son entendidas hoy, son las dos creaciones más bellas de Dom Leclerq.
Era importante, digo, que el monaquismo redescubriera esta manera de leer la Escritura y esta manera de hacer teología. Pero es preciso ir más lejos: es preciso reconocer que esta manera de leer la Escritura y de hacer teología no tiene nada de específicamente monástico. Es todo el pueblo de Dios quien debe redescubrirla, porque ese fue, en una época, el modo en que todo el pueblo de Dios leía la Escritura y hacía teología.
Falta, sin embargo, dar un paso más. Falta superar la fragmentación de la vida del monje y de los demás cristianos. Falta redescubrir la unidad primitiva perdida a lo largo del camino.
En efecto, si es verdad que se debe celebrar el lugar que ha conquistado la lectio divina en la vida de los monjes y también en la de muchos cristianos fuera de los monasterios desde hace unos cuarenta años, no es menos verdad que la actitud presente a propósito de esta realidad no está exenta de peligro.
El peligro está en que, frecuentemente, aunque a veces de manera imperceptible, se ha transformado la lectio en un ejercicio - un ejercicio entre otros, a pesar de que se le considere el más importante de todos. El monje fiel hace una media hora o una hora o incluso más de lectio al día, y pasa a su lectura espiritual, a sus estudios y a sus demás actividades. Adopta una actitud gratuita de escucha de Dios durante esta nedia hora y con frecuencia se entrega a las otras actividades durante el resto de la jornada con la misma intensidad, el mismo espíritu de competición, la misma disipación que si no hubiera optado por una vida de oración continua y de búsqueda constante de la presencia de Dios.
No sólamente todo eso es totalmente extraño al espíritu de los Padres del Desierto, sino que esta actitud está en contradicción con la naturaleza misma de la lectio divina. Lo esencial en esta, tal como ha sido descrito por sus mejores teóricos, es la actitud interior. Ahora bien, esta actitud no es algo de lo que uno se puede revestir durante media o una hora del día. Se tiene permanentemente o no se tiene. Impregna toda nuestra jornada o el ejercicio que se llama lectio es un juego vacío.
Dejarse interrogar por Dios, dejarse interpelar, formar, a través de todos los elementos de la jornada, tanto a través del trabajo como a través de los encuentros con los hermanos; tanto a través de la dura ascesis de un trabajo intelectual serio como a través de la celebración litúrgica y de las tensiones normales de la vida comunitaria - todo esto es terriblemente exigente. Relegar esta actitud de total apertura a un ejercicio privilegiado cuyo sentido mismo es impregnar el resto de nuestra jornada es quizás una manera demasiado fácil de desentenderse de esta exigencia.
Para los Padres del Desierto, leer, meditar, orar, analizar, interpretar, escudriñar, traducir la Escritura - todo esto formaba un bloque inseparable. Habría sido impensable para un Jerónimo considerar que su profundo análisis sobre el texto hebreo de la Escritura para extraerle todos sus matices, no merecía el nombre de lectio divina.
Es, ciertamente, afortunado que se haya redescubierto la importancia de leer la Palabra de Dios con el corazón, leerla para dejarse transformar. Pero yo creo que es un error hacer de ello un ejercicio, en vez de impregnar de esta actitud los mil y un enfoques que la Escritura.
Más aún, creer que el texto de la Escritura puede alcanzarme en mi vida profunda, interpelarme y transformarme solamente cuando me sitúo ante él totalmente desnudo, sin recurrir a todos los instrumentos que pueden permitirme captarlo en su significación primera, corre el gran riesgo de conducir a una actitud fundamentalista - no rara en nuestros días - o incluso a una falsa mística, también bastante frecuente.
Puesto que es generalmente admitido en nuestros días, que la lectio divina puede tener como objeto no sólamente la Escritura sino también los Padres de la Iglesia, y, para monjes y monjas, particularmente los Padres del monacato, me permito también una reflexión.
Siendo la tradición monástica una interpretación vivida de la Palabra de Dios, tiene una importancia semejante a la suya, aunque secundaria con relación a ella. (Hemos visto además cómo los Padres del Desierto tendían a conceder el mismo poder a la Palabra o el ejemplo de un Anciano transformado por el Espíritu, que a la Palabra de Dios o a unjemplo bíblico. Pero esta palabra vivida que es la tradición monástica tiene necesidad de ser interpretada y continuamente reinterpretada ella también.
En nuestros días, en las comunidades monásticas se ha redescubierto a los Padres. Hay que aplaudir este redescubrimiento. Pero su mensaje, aún más que el de las Escrituras, está envuelto en un contexto cultural que no es, como se acepta demasiado a menudo, la cultura monástica - como si no hubiera más que una - sino el contexto cultural de tal o cual época particular en la que los monjes antiguos han vivido su vocación monástica. El lector moderno debe exponerse, sin ningún espíritu crítico, a la gracia transformante que ellos han vivido y que ellos transmiten; pero no puede hacerlo más que después de haber desbrozado con un sentido crítico refinado, la cáscara cultural que oculta este alimento sustancioso.
Así como no existe una cultura cristiana, paralela a todas las culturas profanas, más precisamente culturas locales cristianizadas - por lo demás en diversos grados; así tampoco existe una cultura monástica, sino diversas culturas transformadas por su encuentro con el carisma monástico. El uso de los Padres como materia de lectio divina requiere un serio trabajo de exégesis y de estudio para alcanzar la realidad que ellos han vivido, más allá del ropaje cultural que los envuelve. Además, uno se lee a si mismo en los textos que admira; y, evidentemente, se encuentra más a si mismo cuanto más se los admira.
El monje de hoy será interpelado, llamado a la conversión, transfformado por la lectura de los Padres del monacato, únicamente a condición de que se deje "tocar" por ellos en todos los aspectos de su experiencia monástica. Y esto no se producirá más que en la medida en que él los capte en el conjunto de su experiencia: lo que supone un análisis profundo de su lengua y de su lenguaje, de su pensamiento filosófico y teológico, del contexto cultural en el que ellos han vivido. Me parece artificial e incluso peligroso distinguir este estudio de la lectio propiamente dicha, como si no fuera más que una cuestión previa...
El monje de hoy pertenece necesariamente a una cultura determinada, y a una Iglesia local, por tanto, a una cultura cristiana determinada. Es esta cultura la que, en él, reencuentra la tradición monástica y debe dejarse intepelar y transformar por ella. Yo me temo que, demasiado frecuentemente, en nuestro enfoque de los Padres, presionemos sobre todo los jóvenes a asumir como un ropaje la cultura monástica de una época pasada con riesgo de convertir nuestros monasterios en campos de refugiados culturales.
Conclusión
Los Padres del Desierto nos recuerdan la importancia primordial de la Escritura en la vida del cristiano y la necesidad de dejarse transformar constantemente en el crisol de la Palabra de Dios.
Sin embargo, incluso un estudio rápido como este que hemos hecho de la manera en que los monjes abordaban la Escritura, nos lleva a poner en cuestión algunos aspectos de la concepción moderna de la lectio divina o, más precisamente, nos llama a sobrepasarlos para volver a un sentido más profundo de la unidad de lo vivido. El monje, menos que nadie, puede permitirse estar dividido. Su mismo nombre, monachos, le recuerda sin cesar la unidad de preocupación, de aspiración y de actitud que corresponde al que o a la que ha elegido vivir un solo amor con corazón indiviso.
                Roma, 7 de noviembre de 1995
                Armand VEILLEUX, o.c.s.o.
Nota: Muchas citas de los textos monásticos antiguos han sido sacadas de un estudio de Louis Leloir: "Lectio Divina and the Desert Fathers", Liturgy, Vol. 23, n. 2, 1989, pp. 3-38. Una versión abreviada de este estudio ha aparecido en francés: "La Escritura y los Padres", Revue d' Ascétique et de Mystique 47 (1971), pp. 183 -199.