Si observamos con atención nuestro obrar, si logramos penetrar en las motivaciones profundas del mismo, veremos que en la mayor parte de los casos está motivado por deseos que buscan la satisfacción de nuestros sentidos, sean éstos del cuerpo o del alma, un obrar dirigido hacia la satisfacción; en una palabra, del "yo superficial", un yo exterior, ilusorio, sin sustancia ni fundamento, un yo que es en el fondo una maraña de deseos que buscan su propia satisfacción, un entretejido de anhelos cambiantes, efímeros y caducos, un cúmulo de movimientos vanos, un yo que en el fondo es "nada".
De este modo nuestra voluntad, arrastrada por este amasijo de deseos se ve en cierto modo como esclavizada, no busca su propio objeto, el Bien Supremo, sino que busca el bien particular de cada una de las distintas potencias que tiene el hombre, las distintas facultades de nuestro cuerpo y alma que reclaman su atención, de un modo egoísta es decir atendiendo a ellas mismas solamente, sin atender al bien general del cuerpo como un todo.
Debido a esta especie de esclavitud a la que se ve sometida nuestra voluntad, muchas veces en nuestra vida no "actuamos" según las decisiones que creeríamos son las que nos conviene sino que "reaccionamos" como cuando lo hacemos con las acciones más instintivas. Así como cuando nuestra mano toca algo caliente, instintivamente se separa del objeto, casi del mismo modo, instintivamente, deseamos en el ámbito laboral, familiar, social todo aquello que los cánones de la moda señalan. Creemos elegir libremente, cuando en realidad reaccionamos a estímulos sensoriales, sociales, prejuicios, ideologías; somos arrastrados por una serie de circunstancias, compromisos y obligaciones sin que seamos los verdaderos protagonistas de nuestras vidas.
Esta vida desde lo exterior y superficial va generando un vacío angustiante, vacío que se pretende suprimir, ocultar, ahogar, y se lo hace de un modo infructuoso, con mayor y más frenética actividad, que lo único que hace es intensificar el círculo vicioso de superficialidad-automatismo-vacío-superficialidad.
El hombre vive en una especie de automatismo, donde sus decisiones están de tal modo marcadas por diversos condicionamientos e influencias de su propio cuerpo, su propia mente y el contexto social que la inmensa mayoría no es consciente de su falta de libertad, y es precisamente esta falta de conciencia el alimento y el ambiente que mantiene esa vida autómata. De allí la importancia de las palabras del apóstol que titulan esta reflexión, ¡Sed sobrios y estad en guardia! Es el primer paso para no caer en el automatismo, en la esclavitud del yo exterior, yo ilusiorio y superficial, vacío e inconsistente, vanidad de vanidades. Es la práctica de la Nepsis de los monjes del desierto, la "guarda del corazón", la acción consciente, atenta a lo que se quiere y no una simple respuesta automatizada ante los estímulos que nos rodean.
De este modo nuestra voluntad, arrastrada por este amasijo de deseos se ve en cierto modo como esclavizada, no busca su propio objeto, el Bien Supremo, sino que busca el bien particular de cada una de las distintas potencias que tiene el hombre, las distintas facultades de nuestro cuerpo y alma que reclaman su atención, de un modo egoísta es decir atendiendo a ellas mismas solamente, sin atender al bien general del cuerpo como un todo.
Debido a esta especie de esclavitud a la que se ve sometida nuestra voluntad, muchas veces en nuestra vida no "actuamos" según las decisiones que creeríamos son las que nos conviene sino que "reaccionamos" como cuando lo hacemos con las acciones más instintivas. Así como cuando nuestra mano toca algo caliente, instintivamente se separa del objeto, casi del mismo modo, instintivamente, deseamos en el ámbito laboral, familiar, social todo aquello que los cánones de la moda señalan. Creemos elegir libremente, cuando en realidad reaccionamos a estímulos sensoriales, sociales, prejuicios, ideologías; somos arrastrados por una serie de circunstancias, compromisos y obligaciones sin que seamos los verdaderos protagonistas de nuestras vidas.
Esta vida desde lo exterior y superficial va generando un vacío angustiante, vacío que se pretende suprimir, ocultar, ahogar, y se lo hace de un modo infructuoso, con mayor y más frenética actividad, que lo único que hace es intensificar el círculo vicioso de superficialidad-automatismo-vacío-superficialidad.
El hombre vive en una especie de automatismo, donde sus decisiones están de tal modo marcadas por diversos condicionamientos e influencias de su propio cuerpo, su propia mente y el contexto social que la inmensa mayoría no es consciente de su falta de libertad, y es precisamente esta falta de conciencia el alimento y el ambiente que mantiene esa vida autómata. De allí la importancia de las palabras del apóstol que titulan esta reflexión, ¡Sed sobrios y estad en guardia! Es el primer paso para no caer en el automatismo, en la esclavitud del yo exterior, yo ilusiorio y superficial, vacío e inconsistente, vanidad de vanidades. Es la práctica de la Nepsis de los monjes del desierto, la "guarda del corazón", la acción consciente, atenta a lo que se quiere y no una simple respuesta automatizada ante los estímulos que nos rodean.
Para ilustrar con la claridad de los entendidos, podemos pedirle prestadas las palabras a Thomas Merton y decir que: la vida del hombre exterior (el que no lleva vidad interior) es una vida llevada por el automatismo, por unos pensamientos y acciones inconscientes, por una conformidad mecánica a los modelos y prejuicios que nos rodean, o si no, por una mecánica y compulsiva rebelión contra ellos. Ya que la rebelión contra la conformidad exterior no es lo que constituye una vida interior. Al contrario, normalmente es otra forma de compulsión y, de hecho, no es más que otro aspecto de la misma compulsión. Es una especie de conformidad negativa.Los que viven a este nivel "automático" no se dan cuenta en absoluto hasta qué punto su vida está alienada y carece de espontaneidad. Sus hábitos, sus mecánicas rutinas han adquirido el poder de satisfacerles con una especie de pseudoespontaneidad, una especie de falsa naturalidad. Lo que es falso y falto de espontaneidad se ha convertido para ellos en algo completamente natural. Por eso aquello que ellos creen que es pensar con claridad no es más que un pensar lleno de confusión. Aquello que ellos creen hacer gustosos, no es más que una ansiada evasión. Aquello que ellos creen que es libertad, no es más que compulsión. No es que moralmente no sean responsables de sus actos. Claro que lo son, están cuerdo y son "libres", sin embargo, si se observa su vida desde el punto de vista del hombre interior y espiritual, carecen de cordura y libertad hasta un extremo asombroso.
Convenimos entonces que el primer punto es "darse cuenta" de esta situación de una cuasi-enajenación de nuestra voluntad, para así comenzar el camino de regreso a "casa". No es imprescindible pero frecuentemente puede ser que aquello que nos "despierta" es una situación dolorosa. Una situación en la que probemos la insustancialidad del mundo. La vanidad de vanidades en las que continuamente nos revolcamos. Como le sucedió al hijo pródigo de la parábola de Lc 15. Así como este hijo, una vez que se encontró en la pobreza y soledad, "se despertó", se dio cuenta que en la casa de su Padre no tenía "hambre", mientras que cuando se fue de ella terminó cuidando cerdos en un país lejano, solo, deseando comer lo que comían los cerdos, muchas veces nosotros al probar la amargura del fango en que estamos revolcados, caemos en la cuenta que "somos hijos del Padre", y merecemos algo duradero que nos sacie de verdad y para siempre. Cada uno puede pensar cuál es el "chiquero", en que se halla metido. Y así también nosotros tenemos que decir como el hijo pródigo "volveré a la casa de mi Padre".
Una vez nos "despertamos" comienza la lucha. Los apetitos no renunciarán fácilmente a ser los protagonistas de nuestras vidas. No dejarán de querer monopolizar nuestra atención. No dejarán de reclamar que nuestra voluntad sea su esclava, su sirviente. Pero si "estamos atentos", nos percataremos de esta persistente y agobiante solicitud, y podremos "decidir" con libertad no ceder a sus requerimientos. Podremos poner nuestra voluntad en el uso ordenado de todos los bienes creados, un uso en el cual todo sirva para elevarnos a Dios, un uso donde todo sea manifestación de la bondad de Dios, un uso que acepta lo creado, no lo rechaza, pero tiene siempre puesta la voluntad en Dios. Así Dios es el deseo de la voluntad.
San Juan de la Cruz, en la Subida del Monte Carmelo comenta a este respecto como la voluntad debe no estar "en" los apetitos: "Y así, al propósito habla David (Sal. 87, 16), diciendo: Pauper sum ego, et in laboribus a iuventute mea; que quiere decir: Yo soy pobre y en trabajos desde mi juventud. Llámase pobre, aunque está claro que era rico, porque no tenía en la riqueza su voluntad, y así era tanto como ser pobre realmente, mas antes, si fuera realmente pobre y de la voluntad no lo fuera, no era verdaderamente pobre, pues el ánima estaba rica y llena en el apetito." ......"Y por eso llamamos esta desnudez noche para el alma, porque no tratamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas, sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. Porque no ocupan al alma las cosas de este mundo ni la dañan, pues no entra en ellas, sino la voluntad y apetito de ellas que moran en ella. "
Una forma de practicar esta "Nepsis", esta guarda del corazón, nos la enseña el mismo Jesús, cuando es tentado en el desierto por Satanás
Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"». Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.
Este "método" si así podríamos denominarlo fue luego desarrollado por Evagrio Póntico, es la antirrhesis. Esto podrá ser tratado en un futuro post, simplemente mencionar ahora que consiste en repetir en actitud orante afirmaciones de la Sagrada Escritura para contrarrestar, para ir en contra, de afirmaciones erróneas que nos vienen a nuestro corazón, así como Jesús respondía a las insinuaciones del demonio con textos de la Sagrada Escritura.
Dejamos aquí asentado entonces, para continuar en otro momento, la importancia de estar despiertos, de estar vigilantes, de estar preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas..., la importancia de ser ...como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
No dejemos que el ladrón perfore nuestra casa, no dejemos que entre en el corazón, permanezcamos velando para abrirle al Señor cuando llegue, sólo a Él...