Queridos hnos. así como en la anterior reflexión culminaba con palabras de Job, en este caso quería no sólo comenzar con ellas, sino compartir algo de lo meditado en el libro bíblico que lleva su nombre. Por eso antes de decir algo, recordemos los dos primeros capítulos del libro de Job: pulsar aquí
En lo que quería detenerme es en una de las luces que se puede arrojar sobre un tema tan oscuro como es el del dolor, el sufrimiento humano. Y para ello podemos centrarnos en las palabras que en estos dos capítulos citados, pronuncia Satán.
Sí, cada vez que aparecen sus palabras en un texto bíblico presto mucha atención, creo que se puede aprender mucho de él.
Sí, aprender, ya que cada vez que habla, afirma o recomienda algo, no hay más que seguir todo lo contrario, no hay más que ir en contra de sus consejos para caminar por la senda del bien, como padre de la mentira que es.
En el caso presente, Satán, con las palabras “¡No por nada teme Job al Señor!” y la argumentación siguiente a ellas, afirma que Job, y en el fondo el hombre en general, no ama a Dios desinteresadamente. Éste es el desafío que plantea en su apuesta contra Dios y contra el hombre. Éste es incapaz de amar incondicionalmente a Dios, tal como Dios lo ama él.
Satán afirma que el hombre tiene una relación de tipo comercial con Dios, el hombre recibe ciertos bienes de Dios, entonces sigue sus enseñanzas y mandamientos, pero en cuanto se tuercen sus caminos, la maldición a Dios saldrá de sus labios dirigida al cielo.
Esto es lo que piensa Satán de Job, del hombre, y de algún modo es su esperanza, y con esta esperanza tienta a Job con el permiso de Dios para tratar de hacerlo caer, porque de hecho, que el hombre responda maldiciendo, es una posibilidad, es la posibilidad que le aconseja a Job su misma esposa.
Pero Job responde sin embargo con un amor incondicionado; sí, en medio de toda la calamidad que ha pasado con sus bienes y sus hijos, de todo el dolor que le causa una terrible enfermedad y de todo el sufrimiento que le ocasiona la incomprensión de su esposa, él practica un santo abandono, una aceptación tranquila y serena de lo que le ocurre, no deja ahora en el sufrimiento, de alabar a su Dios, continúa en esa alabanza en el dolor, así como antes lo hacía en plena dicha, no deja de unirse a Él a través, repito, de un Santo Abandono:
“Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allí.
El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:
¡bendito sea el nombre del Señor!”.
El ha puesto su felicidad en Dios, ya puede torcerse su vida en todas sus dimensiones, que él no torcerá su mirada fija en Dios. Ha perdido todo, pero sólo Dios, le basta; sí, más de dos mil años antes de que Santa Teresa de Jesús, escribiera el bello poema Nada te turbe, Job lo vivió al pie de la letra…
¿Y nosotros? ¿Amamos a Dios desinteresadamente o por sus dones? He aquí uno de los sentidos que puede tener el sufrimiento humano, un sentido pedagógico. Pedagógico porque su presencia nos sincera en nuestra relación con Dios, nos pone en evidencia ante nosotros mismos sobre si estábamos siguiendo a Dios por Él o por sus dones.
Y pedagógico también porque nos revela nuestra nada, nuestra nada es ocasión para ser humildes y la humildad posibilita con la gracia de Dios, conformar nuestra vida con su voluntad.
Creo que si queremos ser perfectos y felices, si queremos vivir inundados de paz y sin angustias, si queremos desbordar de energía interior y de luz en los ojos, si queremos vivir imperturbables ante las dificultades y valientes ante los padecimientos, si queremos vivir amando a amigos y enemigos, si queremos vivir dando vida a los que nos rodean y socorriendo al necesitado, si queremos trabajar honradamente y realizarnos en ese trabajo cualquiera sea, si queremos… si queremos en suma, ser y sentirnos plenos, sosegar nuestro corazón y que deje de estar, como decía San Agustín, “inquieto”, entonces, amemos a Dios incondicionalmente, hagamos, como también decía San Agustín que nuestro corazón descanse en Dios, en resumen, practiquemos el Santo Abandono.
Es más, lo primero que tendríamos que querer de todo lo que dije en el párrafo anterior es justamente lo último, amar a Dios incondicionalmente, por Él mismo y sin interés propio, porque si queremos todo lo otro en primer lugar y por sí mismo, no lo tendremos, si queremos todo lo otro en primer lugar y por sí mismo no estaremos amando a Dios desinteresadamente sino “para” tener todos esos bienes enumerados, y le estaremos dando la razón a Satán, pero sobre todo, queriendo tener todo eso y más, no tendremos nada porque fuera de Dios “todo es nada”.
Entonces, si queremos primero “todo eso” tendremos “nada de eso” pero si no queremos “nada de eso”, sino sólo a Dios, en Dios tendremos “todo eso”.
Sí hermanos, Dios es Todo, el resto de todo es nada. Esto no significa despreciar todo lo que no sea Dios, sino reconocer a Dios en todo lo bueno, reconocer en Él la Fuente y alabarlo por ello. Amemos a Dios en primer lugar, y a nosotros mismos y a los demás hombres y mujeres “con” el amor que Dios nos da, amemos todo “en” Dios y “por” Dios, desinteresadamente.
Éste es el secreto de la felicidad, éste es el secreto de la vida, éste es el fin para el cual fuimos creados, la meta a la que estamos llamados, y la práctica que nos realiza, perfecciona y plenifica como seres humanos.
Es empezar limitadamente a realizar aquí y ahora, en este lugar y en este tiempo, lo que haremos plenamente en la vida eterna fuera de todo lugar y todo tiempo. Amar…, amar como ama Dios, desinteresadamente, incondicionalmente.