La meta de todo hombre, lo sepa o no, es la unión con Dios. Creados por Él, por amor y para el amor, somos constantemente atraidos, lo sepamos o no, a esta Fuente de la cual provenimos y en la cuál tenemos nuestro destino, nuestro fin, nuestra meta.
Originalmente nuestra inteligencia y nuestro corazón estaban unificados y colaboraban en el camino del amor, nuestros variados deseos estaban ordenados al Deseo superior, el deseo de lo Absoluto Incondicionado, el deseo de Dios. Pero luego de la caida original y de nuestros pecados personales, estamos heridos, divididos, debilitados; nuestros deseos son frecuentemente egoístas, miran su interés particular y no el del hombre total, y mucho menos el bien de los demás hombres. Ya no queremos amar a Dios completamente, con todo nuestro ser, como él nos aconseja,
"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu". (Mt. 22,37)
Necesitamos reunificarnos, ordenar nuestra inteligencia y corazón a la búsqueda de Dios como supremo Bien, necesitamos ligar todos nuestros deseos al deseo de Dios.
Esta reunificación, esta ordenación de nuestros anhelos, impulsos, pensamientos, afectos y todas las dimensiones de nuestra persona es una gracia de Dios, nosotros debemos en primer lugar tener la humildad de reconocerlo, luego la fe de pedirla, y posteriormente la sabiduría de disponernos y colaborar para no ser un obstáculo a la acción de Dios que seguramente nos querrá dar esa gracia, porque
"Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". (1ª Tim. 2,3-4)
Una práctica fundamental en esta tarea de disposición y colaboración es lo que los padres del desierto han llamado la "nepsis", la guarda del corazón.
Siendo el corazón en sentido bíblico el centro de nuestro ser, lo más hondo de nosotros desde donde nacen nuestros actos de la inteligencia y la voluntad, éste debe estar al abrigo de las malas influencias, de aquello que lo distraiga del Bien y la Belleza suprema, de los deseos superficiales, vanos y errados. La distracción del corazón es frecuentemente el punto de partida para el desvío, un corazón que está "dormido", distraido en veleidades, es fácilmente inclinado hacia todo aquello que en primer lugar satisface los sentidos, materiales o espirituales, hacia todo aquello que alimenta nuestro "ego", nuestro "yo superficial", nuestra propia idolatría, es en definitiva fácilmente inclinado hacia todo aquello que tras una primera y fugaz dulzura, nos deja instalados en una honda y duradera amargura.
Frecuentemente somos invitados en las Sagradas Escrituras a la vigilancia,
"Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar". (1 Pe. 5,8)
"Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... (Lc. 21 34a)
"Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora". (Mt. 25, 1-13)
" Estén alertas, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo." (Lc. 12,35-37)
Esta insistencia en la vigilancia, en la guarda del corazón, se debe entre otros motivos al permanente acoso a que se ve sometido el mismo. A cada instante golpean a su puerta multitud de deseos, conscientes o inconscientes, fugaces o duraderos, pasionales o sutiles, abnegados o egoístas, necesarios o superfluos, superficiales o profundos, todos golpean. Ante él se presentan miles de preocupaciones y esperanzas, miedos y ansiedades, proyectos e ilusiones, multitud de pensamientos, de sensaciones, de impulsos, de impresiones. Él debe estar "despierto para ver" los que llevan a Dios y seguirlos y "dejar" los que no lo hacen. Desapegarse de todo aquél deseo que no conduce a la Fuente de la vida eterna.
En la Filocalia, el presbítero Hesiquio dice sobre la vigilancia, el estar alerta, la sobriedad, entre otras cosas lo siguiente:
La sobriedad es un método espiritual que, si es duradero y se lleva a cabo voluntariosamente, con la ayuda de Dios, libera a todo hombre de pensamientos pasionales y de palabras y obras malvadas, y en la medida que sea posible, dona el conocimiento seguro de un Dios incomprensible... Es propiamente la pureza del corazón... La sobriedad duradera en el hombre es la guía que lleva por un recto camino y es grata a Dios; es un acceso a la contemplación y nos enseña a mover rectamente las tres partes del alma y a vigilar con seguridad los sentidos...
Entonces, el primer modo de llegar a la sobriedad es examinando frecuentemente nuestra fantasía, es decir el asalto; (asalto al corazón llamó antes a los pensamientos malos que se prensentan al corazón) pues Satanás no puede obrar sobre nuestros pensamientos sin la fantasía, ni presentarle mentiras al intelecto para engañarlo.
Otra forma es tener el corazón profundamente silencioso siempre, en hesichia, lejos de todo pensamiento. Y rezar.
Otra es suplicar con humildad al Señor Jesucristo una ayuda continua.
Otro modo es tener en el alma el recuerdo ininterrumpido de la muerte.
Queridísimo, todas estas operaciones impiden, como porteros, el acceso a los malos pensamientos. Pero mirar hacia el Cielo y no tener en cuenta para nada la Tierra es un modo tan eficaz como los otros...
He resaltado la última forma ya que es quizá el mejor modo de asegurar la vigilancia, de practicar el discernimiento de todo lo que se nos presenta ante el corazón para quedarnos con lo que lleva a Dios. Esto es cultivar el sentido de la presencia de Dios, es un no preocuparse de los innumerables pensamientos y sensaciones que se presentan ante nosotros sino dirigir la mirada hacia Dios. Es una forma de lucha que en lugar de enfrentar directamente al enemigo, lo vence por la indiferencia, lo extingue no alimentándolo sino dirigiendo nuestra atención y energía hacia Dios, que polariza de este modo todas las dimensiones de nuestro ser. Tan claro como lo dice Hesiquio, mirar hacia el Cielo y no tener en cuenta para nada la Tierra, tan contundente como ya nos lo dijo Nuestro Señor Jesucristo:
"No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones socavan y roban.
Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan ni roban: porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón" (Mt. 6,19-21)
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