Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense... (Flp. 4,4)

 



Sabemos por propia experiencia y por la de los demás, que toda persona desea en todo momento la felicidad, desea estar siempre alegre, y experimenta esto como una utopía, como un vano deseo ya que habitualmente no logra esta permanente felicidad y alegría, sino sólo momentos, más o menos prolongados y más o menos intensos pero siempre lejos en intensidad y en permanencia de lo que nuestro fondo personal anhela.


Vemos en estas palabras del Apóstol sin embargo el pedido, el consejo, y sobre todo el mandato, ya que vemos usa el modo imperativo, de que estemos siempre alegres. Ya nuestra naturaleza, si no está gravemente alterada nos hace buscar ese mandato, "estar siempre alegres". Tratemos de ver entonces el cómo es posible llegar a ello. Cuál es la razón que puede fundamentar esa permanente alegría.
Si dijimos que por un lado nuestra naturaleza nos hace buscar el "estar siempre alegres", tenemos que reconocer que por otro lado, muchas veces y quizá la mayoría, ella nos orienta también en esa búsqueda de un modo o con una actitud, disposición, que no nos permite alcanzar esa permanente alegría. Y para prueba los hechos, ¿vivimos en permanente alegría?


Evidentemente no, y la causa es que mientras busquemos la permanente alegría en el gozo sensible o espiritual que nos reportan los objetos materiales, intelectuales o espirituales a los cuales perseguimos, mientras la busquemos en el estado de ánimo, en la posesión de determinadas cosas, en la comodidad, salud, bienestar, etc., etc. no lo lograremos. Iremos al vaivén de los acontecimientos, siempre con fatiga por alcanzar cosas y una vez alcanzadas con fatiga por mantenerlas, con temor a perderlas y hasta con desilusión porque no son tan dulces cuando las tenemos como pensábamos que eran cuando las deseábamos sin tenerlas. Y además y resumiendo, siempre será una alegría tan pequeña y frágil (contingente) como pequeña y frágil es la circunstancia, el bien o la persona que nos la da.


Por eso entonces fundamenta el Apóstol su mandato de permanente alegría en Aquello Permanente que sólo puede llenarnos completa y permanentemente, "Estad siempre alegres en el Señor". Sí, el motivo, fundamento y la fuente de nuestra permanente alegría es el Señor. En Él se calman nuestras ansias, se sacia nuestra permanente sed. "El que beba de esta agua" le dice Jesús a la Samaritana en el pozo de Siquem, "tendrá otra vez sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». (Cfr. Jn 4,1-26)

El alegrarnos en el Señor permite que lo hagamos "siempre". Sí, siempre. Si la vida nos sonríe y poseemos como el dicho popular resume en el "salud, dinero y amor" lo que la gente suele desear de ordinario de la vida, podemos alegrarnos en el Señor primeramente y luego ver esos bienes como sus regalos. Pero ¿cómo alegrarse cuando la vida se nos hace adversa? Y nos preguntamos cómo, no si es posible, ya que si la Sagrada Escritura lo manda, posible es. Sí, es posible... Cuando perdemos la salud, cuando la traición golpea a nuestro corazón, cuando nos quedamos sin trabajo, cuando nos deja algún ser querido, cuando el cansancio y los achaques de la vejez son nuestros diarios compañeros de camino, cuando la angustia, la depresión y cualquier sentimiento amargo oscurece el horizonte de nuestros días, cuando descubrimos la miseria que somos, alegrémonos en el Señor. He allí el motivo de alegría, vivir en unión de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, "el Señor está cerca", "no se inquieten por nada" dice el Apóstol en el mismo párrafo. Sí, alegrémonos por Él y en Él, no de las circunstancias de la vida, sino del Señor que siempre está cerca, "en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28) incluso como dice San Agustín "Dios es Aquél que es más íntimo que yo mismo". (Confesiones VI)

No nos detengamos en las adversidades, más bien incluso sirvámonos de ellas, por ellas podemos despegarnos, desasirnos de tantas cosas que nos hacen olvidar del Señor, algunas dañinas y otras que sin serlo en sí de todos modos nos entretienen y nos hacen olvidar lo único necesario. «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada» (Lc. 10, 41-42) Esas adversidades también podemos usarlas como penitencia y purificación de nuestros pecados, la vida misma nos hace hacer las penitencias que muchas veces por nuestra debilidad no nos animamos a realizar. Y como no, y sobre todo, podemos usarlas para colaborar unidos a Jesús, en la redención del mundo, de nuestros seres queridos, de nosotros mismos. Desde Jesús, el dolor puede tener sentido, utilidad, el dolor es salvífico, por el dolor y sufrimiento de Jesús hemos vuelto a la vida, hemos vuelto a ser hijos de Dios, hijos en el Hijo. "Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia". (Col. 1,24)

Si esto nos parece duro, poco probable y hasta inverosímil y la duda nos asalta, es porque esto es algo desconocido aún para nosotros.
Es necesario entonces que vayamos al encuentro de este Señor que está cerca y más adentro nuestro que nosotros mismos para que podamos experimentar el gozo de la permanente alegría. Emprendamos el viaje, vale la pena...






Yahvé Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?

El hombre, un ser "buscado"

   Así como vimos en la reflexión anterior que el hombre era esencialmente un ser en busca, veremos ahora como esa cualidad de su ser deriva de que anteriormente a dicha búsqueda y principalmente, el hombre es; un ser “buscado”.  Si el hombre busca a Dios como la cierva busca las corrientes de agua, (Cfr. Sal 42-43 (41-42) es porque antes Dios busca al hombre tal como el amado lo hace con su amada



Paloma mía, en las grietas de las peñas,
en escapados escondrijos,
muéstrame tu rostro,
déjame oír tu voz,
porque tu voz es dulce,
y tu rostro encantador
                                                                 (Cant. 2,14)


          Si antes destacábamos que la búsqueda del hombre en gran medida se fundamenta en su inacabamiento, su carencia, su necesidad de plenitud, su búsqueda de paz y felicidad eterna, vemos ahora que la búsqueda de Dios por el hombre es totalmente lo contrario.
           Dios no busca por necesidad, por carencia, sino por desbordamiento de amor, por pura libertad de compartir su plenitud. Busca para dar.

           
          En su misterio trinitario Dios es pura plenitud, puro Bien y Belleza y, por pura libertad amorosa, quiere compartir la plenitud de su vida siendo su primer acto de “llamada” su acto de creación. Esta es la primera vez que Dios “busca” y llama al hombre, lo hace creándole, dándole la vida y haciéndolo destinatario y heredero de su misma vida divina. Como un hombre y una mujer como fruto y expresión de su amor “buscan” tener un hijo, así Dios, infinitamente de un modo más perfecto “busca” y crea al Hombre. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar,          en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.  Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Gn 1,26-27)
            Vemos así que es propio del hombre ser un ser “buscado”, no es fruto del ciego azar sino del amoroso designio divino, no surge espontáneamente de la nada para terminar en la nada con su muerte, sino que surge del “llamado” de Dios a compartir su vida divina.
            Así Dios que es esencialmente amor (Cfr 1Jn 4,8b), y su vida íntima es la comunidad de amor de las Tres Personas Divinas, hace al hombre a su imagen y semejanza, lo hace “para” el amor. Y cada vez que el hombre despreciará este esencial llamado de su existencia, llamado constitutivo de su ser, cada vez que despreciará esta invitación continua a la amistad con Dios, no dejará de ser “buscado” para la reconciliación, para la vuelta a la amistad, para la vuelta a la casa del Padre.
            Ya vemos en el origen de los tiempos, en las primeras páginas bíblicas, como el hombre, instalado en el jardín edénico de la amistad con Dios, al romper ésta buscándose egoístamente, no es abandonado por Dios. Rota la amistad por parte del hombre, éste, avergonzado de su situación, se esconde, se repliega sobre sí mismo, se encierra, mientras que Dios lo “busca”  Y oyeron la voz de Yahvé Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Yahvé Dios entre los árboles del huerto.  Mas Yahvé Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Gn 3,8-9.
            Luego de este primer desencuentro podemos ver en la historia sagrada, una serie de momentos caracterizados todos por esta cualidad del obrar divino, el salir al encuento del hombre caído, salir en búsqueda de su criatura amada que no deja de perderse una y otra vez en los laberintos inextricables de su orgullo egoísta.
            Y es esta búsqueda de Dios lo que puede explicar la búsqueda humana vista anteriormente. El hombre no puede buscar lo que no ha conocido de algún modo, no puede buscar algo que no sepa que existe, no puede querer gustar algo que de algún modo no haya gustado ya. La búsqueda humana no es una iniciativa, es una respuesta.
            Es una respuesta al amor primero de Dios “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” ( 1Jn 4,10).
            Dios busca al hombre con la abnegación e insistencia de un pastor: “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra” (Lc 15,4-5);  sí, de un pastor solícito y protector: “Porque así dice el Señor Yavhé: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo. Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra. Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel. Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahvé. Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; (Ez. 34,11-16ª).
          Y porque busca, conduce y ama Dios de este modo al hombre es que éste puede decir luego “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar” Sal. 23 (22) 1-2.
          Sí, con el Señor nada me falta, "Sólo Dios basta" (Sta. Teresa de Jesús)

Tiene mi alma sed de Dios... (Sal. 42-43)


"Como la cierva anhela
las corrientes de las aguas,
así mi alma
te anhela a Ti, mi Dios.
Tiene mi alma sed de Dios
del Dios viviente.
¿Cuándo podré ir a ver
el rostro de Dios?
                                                                            (Salm. 42-43 (42-42), 2-3)



El Hombre, un ser en búsqueda           


             “El hombre por naturaleza quiere saber”; así comienza Aristóteles el libro de la Metafísica. Y es ésta una verdad fundamental sobre el hombre, ese hombre que apenas comienza a tener uso de razón no deja caer de sus labios un insistente ¿por qué?[1]
            “El hombre por naturaleza quiere saber”; y quiere saber porque no sabe; no sabe de dónde viene ni por qué, no sabe adónde va ni para qué, no sabe por qué existe el mundo en lugar de la nada, no sabe por qué sufre ni como poder evitarlo, no sabe por qué experimenta en sí numerosas contradicciones, (por qué queriendo hacer el bien hace el mal, por qué consiguiendo algo tan anhelado al poseerlo pierde su encanto); no sabe en fin cuál es el sentido de tanto trabajo en el vivir si al final lo espera, implacablemente la muerte.
            El hombre se revela así como un ser menesteroso. Un ser que necesita del “otro”. Tanto para nacer, como para crecer, desarrollarse y perfeccionarse el hombre necesita de la naturaleza, de los demás hombres y del “Otro” con mayúsculas. Su pobreza lo muestra como un ser que no se basta a sí mismo, un ser que no posee la plenitud del ser, un ser inacabado que gracias a su “apertura”, puede alimentarse del ser de “los demás”, y viceversa.  Es decir el hombre es un ser abierto y en relación.
            Esta dimensión relacional es constitutiva de la esencia del hombre, dimensión gracias a la cual puede perfeccionarse con el ser de los demás y perfeccionar con su propio ser al resto. Para ejercitar este impulso profundo que le abre al ser, el hombre comienza a “buscar”. El hombre es "un ser en busca".

            En esta búsqueda el hombre parte de su inacabamiento, de su necesidad, para satisfacerla, logrando con esta satisfacción un equilibrio que en sentido amplio podríamos llamar felicidad. Así vemos que las distintas potencias o facultades del hombre son como distintos “buscadores especializados” de lo que el hombre necesita; desde lo más elemental para mantener vivo su organismo hasta los más refinados y espiritualizados valores que aquietan su alma. Vemos también que esta búsqueda parece no tener fin; conseguido un objetivo, inmediatamente se nos presenta otro, logrado éste, uno nuevo nos mantiene en tensión; y así sucesivamente, dándonos la impresión que ese “estado perfecto en el cual se poseen todos los bienes”[2] es como la línea del horizonte que tanto se aleja de nosotros cuanto más nos dirigimos hacia ella. Y si algo busca el hombre, es ese estado en que ya no necesita nada más para “ser”, porque se ha “completado”, “acabado”.
            Y el hombre de todos los tiempos ha buscado en distintos objetos esa tan ansiada felicidad. Cada uno ha creído encontrarla en distintos bienes. Quien en el placer de los sentidos, quien en el placer del intelecto, quien en la ausencia de tensiones, quien en la posesión de fama y honores, quien en la posesión de la abundancia de bienes materiales, y así podríamos seguir señalando numerosas formas de concebir el objeto que nos hace felices[3]. Pero por más que imaginemos que alguien pudiera poseer todos los bienes imaginables tanto materiales como inmateriales, como dinero, fama, estima, amistades, etc. (cosa imposible), siempre serían bienes que se pueden perder, dada su intrínseca finitud y contingencia. Y así vemos que solamente un “ente tal que nada mayor puede ser concebido”[4] sería capaz de colmar esa sed de “ser” del hombre que es como un pozo infinito al cual sólo puede llenar un infinito. Este Ser Perfecto, que debido a su perfección también incluye la imposibilidad de perderlo una vez ¿“poseído”?, es el que los hombres de fe llamamos Dios y decimos con San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón estará inquieto mientras no descanse en Ti”. (Confesiones I)
            Si tomamos la Sagrada Escritura, podemos ver en ella, entre otras cosas, la historia de esa búsqueda del hombre que está impulsada por el deseo más profundo del corazón humano, el deseo de lo "absoluto incondicionado", el deseo de aquello que sacia completamente al hombre y lo realiza, lo perfecciona; es decir la búsqueda de Dios.
            El mandato de Jesús, Buscad primero el Reino de Dios y su justicia”[5], es fiel a la tradición veterotestamentaria que refleja la necesidad y conveniencia de esa búsqueda: “Bueno es Yahvé para quien lo espera, para todo aquél que lo busca[6]; el libro de la Sabiduría empieza con esta exhortación: “Amad la justicia, los que gobernáis el mundo, tened buenos sentimientos para con el Señor y buscadlo con corazón sincero”[7]; que si bien se dirigen en una primera lectura a los que gobiernan el mundo, podemos hacer en una segunda lectura una extensión a todos los hombres ya que cada uno por lo menos es gobernador de su propio mundo, que constituye su propia vida. El término “justicia” citado aquí en el libro de la Sabiduría (como también lo vimos en boca de Jesús en Mt 6,33) quiere decir según nota de la Biblia de Jerusalén a Sab 1,1, “la conformidad completa del pensamiento y la acción con la voluntad divina, tal como ésta se halla expresada en los preceptos de la Ley y en la voz de la conciencia”. Esta búsqueda de Yahvé se manifiesta por lo tanto en la búsqueda del bien y en el rechazo del mal, un tema muy caro a la teología deuteronomista: “Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal”[8]; en los versículos siguientes se invita a optar por el bien que lleva a la vida y alejarse del mal que lleva a la muerte. Este tema que se conoce como la teología de “los dos caminos” es retomado en el inicio de otro libro que tiene mucho de sapiencial, el libro de los salmos (cf. Sal 1), lo mismo que aparece en la literatura profética (cf. Jer 21,8). Y esta conexión entre la búsqueda de de Dios y la búsqueda del bien (el derecho, la justicia, etc.) la muestra con claridad el profeta Amós si vemos los siguientes textos: “Porque así dice Yahvé a la casa de Israel: ¡Buscadme a mí y viviréis! ...    ¡Buscad a Yahvé y viviréis,...”[9] y también Busca el bien, no el mal, para que viváis, y que esté así con vosotros Yahvé Sebaot, tal como decís”[10].
            Vemos que la búsqueda de Yahvé también era realizada para conocer su voluntad y tomar decisiones “Josafat dijo al rey de Israel: ‘consulta en este día la palabra de Yahvé’…’¿He de ir a la guerra contra Ramot de Galaad, o debo resistir?’[11]. Para esta función de consulta de la verdad de Yahvé se recurría en el antiguio Israel a la Tienda del Encuentro: “Moisés tomó la Tienda la plantó a cierta distancia fuera del campamento; la llamó tienda del Encuentro. El que tenía que consultar a Yahvé salía hacia la Tienda del Encuentro, fuera del campamento”[12]. El israelita sabía que Dios todopoderoso guiaba al pueblo y más tarde comprenderá que guía la creación entera (tiempo del exilio), y es por eso que acude a Él buscando la verdad de todo lo que necesita saber. En la revelación neotestamentaria Jesús nos dirá que Él mismo es la Verdad (cfr. Jn 14,6a). Esta búsqueda de la verdad, que es búsqueda de Jesús, se prolonga luego de su muerte y resurrección, “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis,…”[13]
            También podemos decir que el israelita busca a Yahvé para estar con Él y así gozar de su presencia, de su belleza; “Una cosa pido a Yahvé, es lo que ando buscando: morar en la Casa de Yahvé todos los días de mi vida, admirar la belleza de Yahvé contemplando su templo”[14]. Ese “estar” junto a Él es un deseo de estar unido, de ser uno con Él, es un deseo inscrito en lo más profundo de nuestro corazón, de nuestro ser, un deseo que orienta toda nuestra vida y que nos conviene mantenerlo puro para que la oriente de verdad y no quede ahogado, oscurecido y desviado finalmente hacia otras realidades que no lo saciarán y que engendrarán en nosotros la angustia, angustia por la nostalgia de la ausencia, angustia por lo efímero y caduco de nuestros apoyos, angustia por el sinsentido y la cortedad de miras de nuestra existencia al dirigirse hacia la nada, sí hacia la nada, ya que si no nos dirigimos hacia Dios nos dirigimos hacia la nada ya que fuera de Dios es la nada. Angustia en  fin de querer descansar en criaturas y de este modo terminar probando la amargura de la fugaz dulzura.
            El mismo Jesús nos ofrece esta posibilidad de estar junto a Dios, y de estar siempre, lo vemos por ejemplo cuando, luego de decirnos que nos enviará otro Paráclito (sostén, apoyo) en su lugar ante su vuelta al Padre, dice: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”[15]
            Este es el fin del hombre, morar junto a Dios, un fin que ya puede comenzar en esta vida, para completarlo y hacerlo de un modo perfecto y pleno en la vida eterna. Si este es nuestro fin apliquémonos con determinación a su búsqueda, busquémolo en la creación, busquémoslo en nuestros hermanos, busquémoslo en lo más interior de nosotros mismos...

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz» (Confesiones 10)





[1] En el lenguaje popular se ha designado estos años, en que el niño se asoma asombrado al mundo como la “edad del por qué”.
[2]  Así definió Boecio la felicidad.
[3]  La historia del hombre podría estudiarse como los distintos caminos por los que aquél ha buscado ser feliz.
[4]  Así defina San Anselmo a Dios en su obra “Proslogion”.
[5]  Mt 6,33.
[6]  Lam 3,25.
[7]  Sab 1,1.                             
[8]  Dt 30,15
[9]  Am 5, 4.6a
[10]  Am 5,14
[11]  1 Re 22,5-6b
[12]  Ex 33,7
[13]  Jn 13, 33ab
[14]  Sal 27b4
[15]  Juan Pablo II, catequesis durante la audiencia gral. Del 5-7-2000.

"Bienaventurados los de corazón, puro porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8)

Vigilancia, guarda del corazón    
    
     La meta de todo hombre, lo sepa o no, es la unión con Dios. Creados por Él, por amor y para el amor, somos constantemente atraidos, lo sepamos o no, a esta Fuente de la cual provenimos y en la cuál tenemos nuestro destino, nuestro fin, nuestra meta.
     Originalmente nuestra inteligencia y nuestro corazón estaban unificados y colaboraban en el camino del amor, nuestros variados deseos estaban ordenados al Deseo superior, el deseo de lo Absoluto Incondicionado, el deseo de Dios. Pero luego de la caida original y de nuestros pecados personales, estamos heridos, divididos, debilitados; nuestros deseos son frecuentemente egoístas, miran su interés particular y no el del hombre total, y mucho menos el bien de los demás hombres. Ya no queremos amar a Dios completamente, con todo nuestro ser, como él nos aconseja,

      "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu". (Mt. 22,37)

     Necesitamos reunificarnos, ordenar nuestra inteligencia y corazón a la búsqueda de Dios como supremo Bien, necesitamos ligar todos nuestros deseos al deseo de Dios.

     Esta reunificación, esta ordenación de nuestros anhelos, impulsos, pensamientos, afectos y todas las dimensiones de nuestra persona es una gracia de Dios, nosotros debemos en primer lugar tener la humildad de reconocerlo, luego la fe de pedirla, y posteriormente la sabiduría de disponernos y colaborar para no ser un obstáculo a la acción de Dios que seguramente nos querrá dar esa gracia, porque

     "Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad".  (1ª Tim. 2,3-4)

     Una práctica fundamental en esta tarea de disposición y colaboración es lo que los padres del desierto han llamado la "nepsis", la guarda del corazón.
     Siendo el corazón en sentido bíblico el centro de nuestro ser, lo más hondo de nosotros desde donde nacen nuestros actos de la inteligencia y la voluntad, éste debe estar al abrigo de las malas influencias, de aquello que lo distraiga del Bien y la Belleza suprema, de los deseos superficiales, vanos y errados. La distracción del corazón es frecuentemente el punto de partida para el desvío, un corazón que está "dormido", distraido en veleidades, es fácilmente inclinado hacia todo aquello que en primer lugar satisface los sentidos, materiales o espirituales, hacia todo aquello que alimenta nuestro "ego", nuestro "yo superficial", nuestra propia idolatría, es en definitiva fácilmente inclinado hacia todo aquello que tras una primera y fugaz dulzura, nos deja instalados en una honda y duradera amargura.
     Frecuentemente somos invitados en las Sagradas Escrituras a la vigilancia,

     "Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar". (1 Pe. 5,8)

     "Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... (Lc. 21 34a)

     "Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.  Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora". (Mt. 25, 1-13)



     " Estén alertas, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo." (Lc. 12,35-37)

     Esta insistencia en la vigilancia, en la guarda del corazón, se debe entre otros motivos al permanente acoso a que se ve sometido el mismo. A cada instante golpean a su puerta multitud de deseos, conscientes o inconscientes, fugaces o duraderos, pasionales o sutiles, abnegados o egoístas, necesarios o superfluos, superficiales o profundos, todos golpean. Ante él se presentan miles de preocupaciones y esperanzas, miedos y ansiedades, proyectos e ilusiones, multitud de pensamientos, de sensaciones, de impulsos, de impresiones. Él debe estar "despierto para ver" los que llevan a Dios y seguirlos  y "dejar" los que no lo hacen. Desapegarse de todo aquél deseo que no conduce a la Fuente de la vida eterna.

     En la Filocalia, el presbítero Hesiquio dice sobre la vigilancia, el estar alerta, la sobriedad, entre otras cosas lo siguiente:

     La sobriedad es un método espiritual que, si es duradero y se lleva a cabo voluntariosamente, con la ayuda de Dios, libera a todo hombre de pensamientos pasionales y de palabras y obras malvadas, y en la medida que sea posible, dona el conocimiento seguro de un Dios incomprensible...     Es propiamente la pureza del corazón...  La sobriedad duradera en el hombre es la guía que lleva por un recto camino y es grata a Dios; es un acceso a la contemplación y nos enseña a mover rectamente las tres partes del alma y a vigilar con seguridad los sentidos... 
     Entonces, el primer modo de llegar a la sobriedad es examinando frecuentemente nuestra fantasía, es decir el asalto; (asalto al corazón llamó antes a los pensamientos malos que se prensentan al corazón) pues Satanás no puede obrar sobre nuestros pensamientos sin la fantasía, ni presentarle mentiras al intelecto para engañarlo.
     Otra forma es tener el corazón profundamente silencioso siempre, en hesichia, lejos de todo pensamiento. Y rezar.
     Otra es suplicar con humildad al Señor Jesucristo una ayuda continua.
     Otro modo es tener en el alma el recuerdo ininterrumpido de la muerte.
     Queridísimo, todas estas operaciones impiden, como porteros, el acceso a los malos pensamientos. Pero mirar hacia el Cielo y no tener en cuenta para nada la Tierra es un modo tan eficaz como los otros...

     He resaltado la última forma ya que es quizá el mejor modo de asegurar la vigilancia, de practicar el discernimiento de todo lo que se nos presenta ante el corazón para quedarnos con lo que lleva a Dios. Esto es cultivar el sentido de la presencia de Dios, es un no preocuparse de los innumerables pensamientos y sensaciones que se presentan ante nosotros sino dirigir la mirada hacia Dios. Es una forma de lucha que en lugar de enfrentar directamente al enemigo, lo vence por la indiferencia, lo extingue no alimentándolo sino dirigiendo nuestra atención y energía hacia Dios, que polariza de este modo todas las dimensiones de nuestro ser. Tan claro como lo dice Hesiquio, mirar hacia el Cielo y no tener en cuenta para nada la Tierra, tan contundente como ya nos lo dijo Nuestro Señor Jesucristo:

     "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones socavan y roban.
     Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan ni roban: porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón"  (Mt. 6,19-21)

"...pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria..." (Lc. 10,42)



Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.
Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
Marta, que muy estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude».
Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada». (Lc. 10, 38-42)





     Intentando ver cuál es la corrección que Jesús hace a Marta y el consiguiente consejo que le da, me ha parecido humildemente entender lo siguiente.
      No es una desvalorización del trabajo que realizaba Marta, un trabajo que toda la vida a realizado su Santísima Madre María en el hogar de Nazaret, trabajo al cual seguramente a colaborado el mismo Jesús como buen Niño, trabajo que es del mismo orden aunque en diferente materia al que realizó toda su vida José, y Él mismo en sus años de vida oculta en la carpintería. No rechaza evidentemente el trabajo sino la forma, el modo, la "actitud" con lo cual se lo realiza, la disposición con que Marta lo está realizando. Ellas se "inquieta" y se "agita". Esta "inquietud" y "agitación" es lo que "distancia" principalmente a Marta de Jesús, que es "lo único necesario". Evidentemente también pudiera haber realizado esas tareas en otro momento, dada la importancia de la presencia física del mismo Jesús en ese momento. Pero me parece que no está indicando con la mención de que hay sólo una cosa necesaria, el que se deje de hacer el resto.

     Cada día y en cada instante de él, nosotros podemos estar ocupándonos de lo único necesario si no hacemos las cosas con inquietud y agitación sino con la fe, esperanza y caridad que transforman las actividades cotidianas en "lugar de encuentro", de unión con Jesús y por él y en él con la Santísima Trinidad. La unión de nuestra voluntad por la Fe, la Esperanza y la Caridad con la voluntad de Dios, realizada en el momento presente, es la práctica del amor, es ocuparse de lo único necesario, haciendo miles de cosas, porque en cada una de ellas "escuchamos a Dios" que nos habla, ese Dios que nos dice algo en cada ser, en cada acontecimiento, en cada persona. Sí,  reservando un momento diario para la lectura orante de sus Palabra, un momento diario de silencio, meditación, oración, contemplación, podremos descubrir a Dios en nuestro interior, adherirnos a su voluntad que nos hace libres y prolongar esta vida de unión cada uno de los instantes de nuestra vida, en nuestras ocupaciones, actividades y descanso, podremos hacer de cada instante una especie de sacramento, el que algunos han llamado "sacramento del momento presente".  


     Un texto de quien fuera Superior de Los Hermanitos de Jesús, a quienes por su vida podríamos llamar con esa expresión conocida de "contemplativos en el mundo", remarca con mucha claridad, la importancia primordial que juegan las tres virdudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad, en la vida contemplativa del cristiano.
      Ante las dificultades del mundo moderno actual, especialmente en las grandes ciudades, pero no sólo en ellas, donde nos vemos permanentemente bombardeados por estímulos que nos requieren atención, nos atraen el corazón, nos invitan a la comodidad y la ambición desmedidas, nos ofrecen lo inmediato, fácil y superficial como solución a necesidades profundas, donde nos encontramos con todo tipo de ruidos exteriores e interiores, con interminables jornadas de trabajo o con la indignidad del desempleo, y con muchas preocupaciones y agitaciones más que nos dificultan ocuparnos de lo único necesario. 
      Ante todo esto quería citar las palabras de este contemplativo en el mundo.

   ¿Cómo vais a encontrar las condiciones necesarias para realizar una verdadera oración en la  vida laboral y cómo vais a dedicaros a ella generosamente? Ésa es vuestra constante preocupación. Puede que incluso en algún momento hayáis pensado que era imposible. al enfrentarme al problema en toda su gravedad confieso que yo también me he sentido a veces como si estuviera en el inicio de un angosto camino desconocido y terriblemente peligroso. Me he preguntado si tenía algún derecho a rogároslo... Pero sabía que no podía hacer otra cosa... El camino más empinado suele ser el mejor y el más rápido. El viajero tiende a holgazanear menos al subir por él... Cuando llega el momento de orar, somos con frecuencia incapaces de meditar, incapaces de pensar realmente. Ha de haber algún otro modo de unirnos a Dios en la oración... La forma de llegar a dios es ir hacia Él con todo nuestro ser, lo mejor que podamos... la fe, la esperanza y la caridad vivas que hay en nosotros son las que nos transportan a Él. Esto requiere mucho valor por nuestra parte. Debéis saber, por tanto, que los actos de estas virtudes no dependen en absoluto de las perceptibles o reconfortantes impresiones que podamos sentir de ellos. Basta con saber que somos hijos de Dios y con tener la certeza de que nos entregaremos a Él. La mejor parte de nosotros no es aquella que podemos sentir. (Voillaume René, Las semillas del desierto)

          Nos unimos a Dios por medio de la Fe, la Esperanza y la Caridad,

El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.  El amor no pasará jamás. (Cfr. 1 Cor. 13)

¡Sed sobrios y estad en guardia! (1 Pe. 5,8a)

La Nepsis  (I)

          Si observamos con atención nuestro obrar, si logramos penetrar en las motivaciones profundas del mismo, veremos que en la mayor parte de los casos está motivado por deseos que buscan la satisfacción de nuestros sentidos, sean éstos del cuerpo o del alma, un obrar dirigido hacia la satisfacción; en una palabra, del "yo superficial", un yo exterior, ilusorio, sin sustancia ni fundamento, un yo que es en el fondo una maraña de deseos que buscan su propia satisfacción, un entretejido de anhelos cambiantes, efímeros y caducos, un cúmulo de movimientos vanos, un yo que en el fondo es "nada".
         
          De este modo nuestra voluntad, arrastrada por este amasijo de deseos se ve en cierto modo como esclavizada, no busca su propio objeto, el Bien Supremo, sino que busca el bien particular de cada una de las distintas potencias que tiene el hombre, las distintas facultades de nuestro cuerpo y alma que reclaman su atención, de un modo egoísta es decir atendiendo a ellas mismas solamente, sin atender al bien general del cuerpo como un todo.
         
          Debido a esta especie de esclavitud a la que se ve sometida nuestra voluntad, muchas veces en nuestra vida no "actuamos" según las decisiones que creeríamos son las que nos conviene sino que "reaccionamos" como cuando lo hacemos con las acciones más instintivas. Así como cuando nuestra mano toca algo caliente, instintivamente se separa del objeto, casi del mismo modo, instintivamente, deseamos en el ámbito laboral, familiar, social todo aquello que los cánones de la moda señalan. Creemos elegir libremente, cuando en realidad reaccionamos a estímulos sensoriales, sociales, prejuicios, ideologías; somos arrastrados por una serie de circunstancias, compromisos y obligaciones sin que seamos los verdaderos protagonistas de nuestras vidas.  
  
          Esta vida desde lo exterior y superficial va generando un vacío angustiante, vacío que se pretende suprimir, ocultar, ahogar, y se lo hace de un modo infructuoso, con mayor y más frenética actividad, que lo único que hace es intensificar el círculo vicioso de superficialidad-automatismo-vacío-superficialidad.
          
          El hombre vive en una especie de automatismo, donde sus decisiones están de tal modo marcadas por diversos condicionamientos e influencias de su propio cuerpo, su propia mente y el contexto social que la inmensa mayoría no es consciente de su falta de libertad, y es precisamente esta falta de conciencia el alimento y el ambiente que mantiene esa vida autómata. De allí la importancia de las palabras del apóstol que titulan esta reflexión, ¡Sed sobrios y estad en guardia! Es el primer paso para no caer en el automatismo, en la esclavitud del yo exterior, yo ilusiorio y superficial, vacío e inconsistente, vanidad de vanidades. Es la práctica de la Nepsis de los monjes del desierto, la "guarda del corazón", la acción consciente, atenta a lo que se quiere y no una simple respuesta automatizada ante los estímulos que nos rodean.


          Para ilustrar con la claridad de los entendidos, podemos pedirle prestadas las palabras a Thomas Merton y decir que: la vida del hombre exterior (el que no lleva vidad interior) es una vida llevada por el automatismo, por unos pensamientos y acciones inconscientes, por una conformidad mecánica a los modelos y prejuicios que nos rodean, o si no, por una mecánica y compulsiva rebelión contra ellos. Ya que la rebelión contra la conformidad exterior no es lo que constituye una vida interior. Al contrario, normalmente es otra forma de compulsión y, de hecho, no es más que otro aspecto de la misma compulsión. Es una especie de conformidad negativa.
          Los que viven a este nivel "automático" no se dan cuenta en absoluto hasta qué punto su vida está alienada y carece de espontaneidad. Sus hábitos, sus mecánicas rutinas han adquirido el poder de satisfacerles con una especie de pseudoespontaneidad, una especie de falsa naturalidad. Lo que es falso y falto de espontaneidad se ha convertido para ellos en algo completamente natural. Por eso aquello que ellos creen que es pensar con claridad no es más que un pensar lleno de confusión. Aquello que ellos creen hacer gustosos, no es más que una ansiada evasión. Aquello que ellos creen que es libertad, no es más que compulsión. No es que moralmente no sean responsables de sus actos. Claro que lo son, están cuerdo y son "libres", sin embargo, si se observa su vida desde el punto de vista del hombre interior y espiritual, carecen de cordura y libertad hasta un extremo asombroso.

          Convenimos entonces que el primer punto es "darse cuenta" de esta situación de una cuasi-enajenación de nuestra voluntad, para así comenzar el camino de regreso a "casa". No es imprescindible pero frecuentemente puede ser que aquello que nos "despierta" es una situación dolorosa. Una situación en la que probemos la insustancialidad del mundo. La vanidad de vanidades en las que continuamente nos revolcamos. Como le sucedió al hijo pródigo de la parábola de Lc 15. Así como este hijo, una vez que se encontró en la pobreza y soledad, "se despertó", se dio cuenta que en la casa de su Padre no tenía "hambre", mientras que cuando se fue de ella terminó cuidando cerdos en un país lejano, solo, deseando comer lo que comían los cerdos, muchas veces nosotros al probar la amargura del fango en que estamos revolcados, caemos en la cuenta que "somos hijos del Padre", y merecemos algo duradero que nos sacie de verdad y para siempre. Cada uno puede pensar cuál es el "chiquero", en que se halla metido. Y así también nosotros tenemos que decir como el hijo pródigo "volveré a la casa de mi Padre".

          Una vez nos "despertamos" comienza la lucha. Los apetitos no renunciarán fácilmente a ser los protagonistas de nuestras vidas. No dejarán de querer monopolizar nuestra atención. No dejarán de reclamar que nuestra voluntad sea su esclava, su sirviente. Pero si "estamos atentos", nos percataremos de esta persistente y agobiante solicitud, y podremos "decidir" con libertad no ceder a sus requerimientos. Podremos poner nuestra voluntad en el uso ordenado de todos los bienes creados, un uso en el cual todo sirva para elevarnos a Dios, un uso donde todo sea manifestación de la bondad de Dios, un uso que acepta lo  creado, no lo rechaza, pero tiene siempre puesta la voluntad en Dios. Así Dios es el deseo de la voluntad.


          
           San Juan de la Cruz, en la Subida del Monte Carmelo comenta a este respecto como la voluntad debe no estar "en" los apetitos: "Y así, al propósito habla David (Sal. 87, 16), diciendo: Pauper sum ego, et in laboribus a iuventute mea; que quiere decir: Yo soy pobre y en trabajos desde mi juventud. Llámase pobre, aunque está claro que era rico, porque no tenía en la riqueza su voluntad, y así era tanto como ser pobre realmente, mas antes, si fuera realmente pobre y de la voluntad no lo fuera, no era verdaderamente pobre, pues el ánima estaba rica y llena en el apetito."  ......"Y por eso llamamos esta desnudez noche para el alma, porque no tratamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas, sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. Porque no ocupan al alma las cosas de este mundo ni la dañan, pues no entra en ellas, sino la voluntad y apetito de ellas que moran en ella. "

          Una forma de practicar esta "Nepsis", esta guarda del corazón, nos la enseña el mismo Jesús, cuando es tentado en el desierto por Satanás 

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"». Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

         



          Este "método" si así podríamos denominarlo fue luego desarrollado por Evagrio Póntico, es la antirrhesis. Esto podrá ser tratado en un futuro post, simplemente mencionar ahora que consiste en repetir en actitud orante afirmaciones de la Sagrada Escritura para contrarrestar, para ir en contra, de afirmaciones erróneas que nos vienen a nuestro corazón, así como Jesús respondía a las insinuaciones del demonio con textos de la Sagrada Escritura. 

          Dejamos aquí asentado entonces, para continuar en otro momento, la importancia de estar despiertos, de estar vigilantes, de estar preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas..., la importancia de ser ...como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.

          No dejemos que el ladrón perfore nuestra casa, no dejemos que entre en el corazón, permanezcamos velando para abrirle al Señor cuando llegue, sólo a Él...