Yahvé Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?

El hombre, un ser "buscado"

   Así como vimos en la reflexión anterior que el hombre era esencialmente un ser en busca, veremos ahora como esa cualidad de su ser deriva de que anteriormente a dicha búsqueda y principalmente, el hombre es; un ser “buscado”.  Si el hombre busca a Dios como la cierva busca las corrientes de agua, (Cfr. Sal 42-43 (41-42) es porque antes Dios busca al hombre tal como el amado lo hace con su amada



Paloma mía, en las grietas de las peñas,
en escapados escondrijos,
muéstrame tu rostro,
déjame oír tu voz,
porque tu voz es dulce,
y tu rostro encantador
                                                                 (Cant. 2,14)


          Si antes destacábamos que la búsqueda del hombre en gran medida se fundamenta en su inacabamiento, su carencia, su necesidad de plenitud, su búsqueda de paz y felicidad eterna, vemos ahora que la búsqueda de Dios por el hombre es totalmente lo contrario.
           Dios no busca por necesidad, por carencia, sino por desbordamiento de amor, por pura libertad de compartir su plenitud. Busca para dar.

           
          En su misterio trinitario Dios es pura plenitud, puro Bien y Belleza y, por pura libertad amorosa, quiere compartir la plenitud de su vida siendo su primer acto de “llamada” su acto de creación. Esta es la primera vez que Dios “busca” y llama al hombre, lo hace creándole, dándole la vida y haciéndolo destinatario y heredero de su misma vida divina. Como un hombre y una mujer como fruto y expresión de su amor “buscan” tener un hijo, así Dios, infinitamente de un modo más perfecto “busca” y crea al Hombre. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar,          en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.  Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Gn 1,26-27)
            Vemos así que es propio del hombre ser un ser “buscado”, no es fruto del ciego azar sino del amoroso designio divino, no surge espontáneamente de la nada para terminar en la nada con su muerte, sino que surge del “llamado” de Dios a compartir su vida divina.
            Así Dios que es esencialmente amor (Cfr 1Jn 4,8b), y su vida íntima es la comunidad de amor de las Tres Personas Divinas, hace al hombre a su imagen y semejanza, lo hace “para” el amor. Y cada vez que el hombre despreciará este esencial llamado de su existencia, llamado constitutivo de su ser, cada vez que despreciará esta invitación continua a la amistad con Dios, no dejará de ser “buscado” para la reconciliación, para la vuelta a la amistad, para la vuelta a la casa del Padre.
            Ya vemos en el origen de los tiempos, en las primeras páginas bíblicas, como el hombre, instalado en el jardín edénico de la amistad con Dios, al romper ésta buscándose egoístamente, no es abandonado por Dios. Rota la amistad por parte del hombre, éste, avergonzado de su situación, se esconde, se repliega sobre sí mismo, se encierra, mientras que Dios lo “busca”  Y oyeron la voz de Yahvé Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Yahvé Dios entre los árboles del huerto.  Mas Yahvé Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Gn 3,8-9.
            Luego de este primer desencuentro podemos ver en la historia sagrada, una serie de momentos caracterizados todos por esta cualidad del obrar divino, el salir al encuento del hombre caído, salir en búsqueda de su criatura amada que no deja de perderse una y otra vez en los laberintos inextricables de su orgullo egoísta.
            Y es esta búsqueda de Dios lo que puede explicar la búsqueda humana vista anteriormente. El hombre no puede buscar lo que no ha conocido de algún modo, no puede buscar algo que no sepa que existe, no puede querer gustar algo que de algún modo no haya gustado ya. La búsqueda humana no es una iniciativa, es una respuesta.
            Es una respuesta al amor primero de Dios “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” ( 1Jn 4,10).
            Dios busca al hombre con la abnegación e insistencia de un pastor: “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra” (Lc 15,4-5);  sí, de un pastor solícito y protector: “Porque así dice el Señor Yavhé: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo. Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra. Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel. Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahvé. Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; (Ez. 34,11-16ª).
          Y porque busca, conduce y ama Dios de este modo al hombre es que éste puede decir luego “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar” Sal. 23 (22) 1-2.
          Sí, con el Señor nada me falta, "Sólo Dios basta" (Sta. Teresa de Jesús)